ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 21 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Efesios 3,1-13

Por lo cual yo, Pablo, el prisionero de Cristo por vosotros los gentiles... si es que conocéis la misión de la gracia que Dios me concedió en orden a vosotros: cómo me fue comunicado por una revelación el conocimiento del Misterio, tal como brevemente acabo de exponeros. Según esto, leyéndolo podéis entender mi conocimiento del Misterio de Cristo; Misterio que en generaciones pasadas no fue dado a conocer a los hombres, como ha sido ahora revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles sois coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma Promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio, del cual he llegado a ser ministro, conforme al don de la gracia de Dios a mí concedida por la fuerza de su poder. A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo, y esclarecer cómo se ha dispensado el Misterio escondido desde siglos en Dios, Creador de todas las cosas, para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora manifestada a los Principados y a las Potestades en los cielos, mediante la Iglesia, conforme al previo designio eterno que realizó en Cristo Jesús, Señor nuestro, quien, mediante la fe en él, nos da valor para llegarnos confiadamente a Dios. Por lo cual os ruego no os desaniméis a causa de las tribulaciones que por vosotros padezco, pues ellas son vuestra gloria.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El gran designio de Dios sobre la humanidad, es decir, la unidad de todos los pueblos y su acceso al Padre, es el horizonte en el que Pablo presenta su misión: "Yo, Pablo, el prisionero de Cristo por vosotros los gentiles". El apóstol subraya el vínculo con Cristo que lo eligió y lo envió a los gentiles, es decir, a todos los que no pertenecen al pueblo de Israel. Pablo se siente como "prisionero" de esta misión, en el sentido que la vive en total dependencia del Señor. Sin duda es un apóstol como otros (cf. Ef 2,20), pero merece más que los demás el título de "apóstol de las naciones". Pablo es consciente de la grandeza de su misión, es decir, de que el Evangelio lo ha convertido en "ministro". Sin embargo, esta certeza no es para él motivo de orgullo personal. Sabe de qué vida ha sido salvado y para qué misión ha sido elegido. El hecho de haber sido anteriormente perseguidor de la Iglesia lo lleva a considerarse "el menor de todos los santos". Dice de él mismo: soy "indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la iglesia de Dios" (1 Co 15,9). Y no solo es el menor de los apóstoles. También es el "menor" de los santos, de todos los cristianos. Pablo subraya su pequeñez para destacar la grandeza de la vocación que ha recibido, la de comunicar "el misterio de Cristo". Este misterio, que por gracia se le ha manifestado a él, es inaccesible a la experiencia natural. Solo Dios lo revela. Y para Pablo ha sido una experiencia espiritual abrumadora, una luz que ha penetrado en lo más hondo de su corazón y a su vez le ha permitido iluminar a los hombres (cf. 2 Co 4,6). Podríamos identificar en esta experiencia de Pablo la dimensión carismática de la Iglesia que continúa siendo presente todavía hoy, con modalidades distintas una de otra. El "misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus santos" (Col 1,26ss.), es que Cristo lo recapitula todo, reconcilia a judíos y paganos, elimina el odio y une a los hombres y a los pueblos en la única Iglesia. Todos somos llamados a unirnos a Cristo y convertirnos en un solo "hombre nuevo", es decir, una sola familia formada por todos los pueblos. Y la Iglesia es el instrumento con el que Cristo quiere llevar la reconciliación entre los pueblos del mundo. Su unidad interna es fermento de unidad entre los pueblos. Por eso es por lo que Jesús había orado: "Para que todos sean uno... para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21). A la Iglesia le corresponde la misión de iluminar a los hombres para que puedan ser libres de todo poder opresor, tanto si es cultural, como si es político o religioso, con el fin de recomponer la unidad de toda la familia de los pueblos. La comunidad de creyentes se convierte en mediadora de aquella relación nueva que Dios ha establecido a través de Jesús con toda la humanidad. Es una tarea ardua y difícil. Por eso Pablo invita a no desanimarse. Las tribulaciones que esta tarea comporta son el signo de un nuevo nacimiento, de la generación de una nueva humanidad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.