ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 13 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Tesalonicenses 2,1-12

Por lo que respecta a la Venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis alterar tan fácilmente en vuestro ánimo, ni os alarméis por alguna manifestación del Espíritu, por algunas palabras o por alguna carta presentada como nuestra, que os haga suponer que está inminente el Día del Señor. Que nadie os engañe de ninguna manera. Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, el Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios. ¿No os acordáis que ya os dije esto cuando estuve entre vosotros? Vosotros sabéis qué es lo que ahora le retiene, para que se manifieste en su momento oportuno. Porque el ministerio de la impiedad ya está actuando. Tan sólo con que sea quitado de en medio el que ahora le retiene, entonces se manifestará el Impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca, y aniquilará con la Manifestación de su Venida. La venida del Impío estará señalada por el influjo de Satanás, con toda clase de milagros, señales, prodigios engañosos, y todo tipo de maldades que seducirán a los que se han de condenar por no haber aceptado el amor de la verdad que les hubiera salvado. Por eso Dios les envía un poder seductor que les hace creer en la mentira, para que sean condenados todos cuantos no creyeron en la verdad y prefirieron la iniquidad.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol escribe esta epístola para combatir algunas falsas interpretaciones del Evangelio. No habla como amo, sino como hermano: "Os rogamos, hermanos...", escribe a los tesalonicenses. A Filemón le escribirá: "Sin consultarte no he querido hacer nada, para que esta buena acción tuya no fuera forzada sino voluntaria" (Flm 1,14). Pablo deja a un lado cualquier resentimiento para que la verdad y el amor del Cristo sean protegidos. Muchos en la comunidad de Tesalónica vivían una "fanática espera" de la parusia del Señor, poniendo así en peligro el comportamiento fundamental de sobriedad y vigilancia que deben caracterizar la conducta de los cristianos en el mundo. El apóstol sabe que llegará el día en el que toda la comunidad, si sigue la palabra del Señor, será acogida en el cortejo triunfal que acompañará al Cristo cuando vuelva. Todos los que habrán perseverado en la fe y en el amor participarán en el triunfo del fin de los tiempos. Del mismo modo que en la vida pública los emperadores y los soberanos eran recibidos solemnemente a su llegada a una ciudad, también el Señor, con todo su séquito y entre muestras de honor, hará su entrada en la nueva ciudad de Dios. Aquel día se cumplirá la unión plena y definitiva de la Iglesia con Cristo. En Tesalónica no pocos cristianos decían que el día del Señor estaba por llegar. Y eso había asustado a muchos causando una profunda división en la comunidad. Tal vez los reproches que el apóstol les hace poco antes (3,6-16) deben relacionarse con estos problemas. Algunos habían incluso abandonado el trabajo y pretendían que la comunidad les asistiera. Jesús había dicho: "Velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos" (Mc 13,35ss). El apóstol advierte de que no transmitan falsas doctrinas. Y explica que el fin de los tiempos se caracterizará por una gran tribulación que se cernirá sobre el mundo: dolor, odio y destrucción harán sufrir a la humanidad, porque el amor se enfriará en mucha gente. Dicha tribulación constituirá una grave tentación también para los fieles. Los santos podrán perseverar solo porque el Señor abreviará ese periodo. Muchos, en cambio, abandonarán las enseñanzas recibidas para volver a caer en el pecado y en el camino del "anticristo". En realidad, el poder del anticristo actúa desde siempre para alejar a los hombres de Cristo. Cuando llegue el fin de los tiempos, el gran adversario se mostrará en persona tal como está escrito en el profeta Daniel: "Blasfemará contra el Altísimo y perseguirá a los santos del Altísimo. Tratará de cambiar las fiestas y la ley" (Dn 7,25). La esencia del pecado del anticristo consiste en la ilimitada exaltación de uno mismo que lleva al hombre a su ruina total. Pablo reprocha a la comunidad que haya olvidado todo esto, de lo que ya les había hablado. Recuerda una vez más lo que había predicado y aclara que el adversario, a pesar de su desmesurado orgullo, está obligado a someterse a Dios. El Señor guía la historia y también sus enemigos están a su servicio. El adversario intenta destronar a Dios de la vida de los hombres, pero cuando Cristo vino a la tierra ya llegaron los "tiempos últimos", como dijo el mismo Jesús: "Es preciso que antes sea proclamada la Buena Nueva a todas las naciones" (Mc 13,10). El discípulo de Jesús vive este tiempo como una lucha contra el mal para edificar el amor. Pablo cita a Isaías: "Entonces se manifestará el Impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca, y aniquilará con la manifestación de su Venida" (2,8). Este tiempo ya ha empezado con Jesús: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo" (Lc 10,18), dijo Jesús a los discípulos que volvían victoriosos de la misión. La vida cristiana siempre es una lucha contra el mal, pero el Señor nos muestra ya ahora el inicio de la victoria.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.