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Oración por los enfermos
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Oración por los enfermos

Memoria di san Gregorio Magno (540-604), papa e dottoreRecuerdo de san Gregorio Magno (540-604), papa y doctor de la Iglesia.
della Chiesa.
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Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 3 de septiembre

Memoria di san Gregorio Magno (540-604), papa e dottoreRecuerdo de san Gregorio Magno (540-604), papa y doctor de la Iglesia.
della Chiesa.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Judas 1,8-16

Igualmente éstos, a pesar de todo, alucinados en sus delirios, manchan la carne, desprecian al Señorío e injurian a las Glorias. En cambio el arcángel Miguel, cuando altercaba con el diablo disputándose el cuerpo de Moisés, no se atrevió a pronunciar contra él juicio injurioso, sino que dijo: «Que te castigue el Señor». Pero éstos injurian lo que ignoran y se corrompen en las cosas que, como animales irracionales, conocen por instinto. ¡Ay de ellos!, porque se han ido por el camino de Caín, y por un salario se han abandonado al descarrío de Balaam, y han perecido en la rebelión de Coré. Estos son una mancha cuando banquetean desvergonzadamente en vuestros ágapes y se apacientan a sí mismos; son nubes sin agua zarandeadas por el viento, árboles de otoño sin frutos, dos veces muertos, arrancados de raíz; son olas salvajes del mar, que echan la espuma de su propia vergüenza, estrellas errantes a quienes está reservada la oscuridad de las tinieblas para siempre. Henoc, el séptimo después de Adán, profetizó ya sobre ellos: «Mirad, el Señor ha venido con sus santas miríadas para realizar el juicio contra todos y dejar convictos a todos los impíos de todas las obras de impiedad que realizaron y de todas las palabras duras que hablaron contra él los pecadores impíos.» Estos son unos murmuradores, descontentos de su suerte, que viven según sus pasiones, cuya boca dice palabras altisonantes, que adulan por interés.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol continúa su epístola mostrando la peligrosidad de los falsos maestros. Son falsos maestros entre otras cosas porque son adivinos y soñadores. Es decir, no tienen el sueño de Dios sino que afirman sus propios sueños, sus propias expectativas. Y todos debemos estar atentos porque también nosotros fácilmente damos preferencia a nuestros sueños y a nuestras ideas más que al sueño del Señor. El orgullo es un enemigo fuerte y sutil porque inocula en nuestra mente una alta consideración de nosotros mismos y de nuestra sabiduría. ¡Cuántas veces nos sentimos tozudamente seguros de nosotros mismos, o pensamos que somos los mejores maestros para nuestra vida! El apóstol advierte de que el arcángel Miguel, que había sido llamado a defender Israel de los ataques el enemigo, cuando tuvo que ayudar a Moisés contra el diablo, se guardó de airear su orgullo y conminó condenas. Dejó para Dios el juicio y el poder sobre la vida. Solo el Señor ama plenamente y salva de la perdición. Quien quiere imponer sus ideas que llevan a la división de la comunidad sigue el camino de Caín, advierte con gravedad el apóstol. Y el camino de Caín es el de la envidia por su hermano Abel. La envidia se transforma en odio y el odio en decisión homicida. Pero todos ellos perecerán como Coré y los que se rebelaron contra Moisés y Aarón. El apóstol quiere combatir, y duramente, todo intento de subvertir el orden de la comunidad. Solo el Señor, y nadie más, ha hecho suyos pagando un caro precio a los creyentes sustrayéndolos del poder de los señores de este mundo. Existe una ansia de libertad en esta epístola que se ve también en la dureza del tono que se utiliza contra los falsos maestros. Es una enseñanza que debemos mantener con atención y sobre todo debemos vivir, dejando prevalecer el amor a toda costa.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.