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Memoria de los santos y de los profetas
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Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de Nuestra Señora de Guadalupe, en México. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 12 de diciembre

Recuerdo de Nuestra Señora de Guadalupe, en México.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 3,1-31

¿Cuál es, pues, la ventaja del judío? ¿Cuál la utilidad de la circuncisión? Grande, de todas maneras. Ante todo, a ellos les fueron confiados los oráculos de Dios. Pues ¿qué? Si algunos de ellos fueron infieles ¿frustrará, por ventura, su infidelidad la fidelidad de Dios? ¡De ningún modo! Dios tiene que ser veraz y todo hombre mentiroso, como dice la Escritura: Para que seas justificado en tus palabras y triunfes al ser juzgado. Pero si nuestra injusticia realza la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Será acaso injusto Dios al descargar su cólera? (Hablo en términos humanos.) ¡De ningún modo! Si no, ¿cómo juzgará Dios al mundo? Pero si con mi mentira sale ganando la verdad de Dios para gloria suya ¿por qué razón soy también yo todavía juzgado como pecador? Y ¿por qué no hacer el mal para que venga el bien, como algunos calumniosamente nos acusan que decimos? Esos tales tienen merecida su condenación. Entonces ¿qué? ¿Llevamos ventaja? ¡De ningún modo! Pues ya demostramos que tanto judíos como griegos están bajo el pecado, como dice la Escritura: No hay quien sea justo, ni siquiera uno solo. No hay un sensato,
no hay quien busque a Dios.
Todos se desviaron, a una se corrompieron;
no hay quien obre el bien,
no hay siquiera uno.
Sepulcro abierto es su garganta,
con su lengua urden engaños.
Veneno de áspides bajo sus labios;
maldición y amargura rebosa su boca. Ligeros sus pies para derramar sangre; ruina y miseria son sus caminos. El camino de la paz no lo conocieron, no hay temor de Dios ante sus ojos. Ahora bien, sabemos que cuanto dice la ley lo dice para los que están bajo la ley, para que toda boca enmudezca y el mundo entero se reconozca reo ante Dios, ya que nadie será justificado ante él por las obras de la ley, pues la ley no da sino el conocimiento del pecado. Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen - pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios - y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, habiendo pasado por alto los pecados cometidos anteriormente, en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser él justo y justificador del que cree en Jesús. ¿Dónde está, entonces, el derecho a gloriarse? Queda eliminado.!? Por qué ley? ¿Por la de las obras? No. Por la ley de la fe. Porque pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley. ¿Acaso Dios lo es únicamente de los judíos y no también de los gentiles? ¡Sí, por cierto!, también de los gentiles; porque no hay más que un solo Dios, que justificará a los circuncisos en virtud de la fe y a los incircuncisos por medio de la fe. Entonces ¿por la fe privamos a la ley de su valor? ¡De ningún modo! Más bien, la consolidamos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hasta ahora Pablo ha afirmado que Dios ha revelado su justicia, pero los hombres no la han acogido. Los paganos no la han reconocido ni en los signos de la creación ni en su conciencia. Israel, que incluso había recibido la ley, no hizo de ella una forma para unirse a Dios con todo el corazón, sino un instrumento de autojustificación y de vanagloria ante los paganos. Pablo afirma que Israel no es una excepción entre los pueblos: todos los hombres son iguales ante Dios. Por tanto, la elección de Dios no es un privilegio del que deban gloriarse. Es más bien una decisión que requiere una respuesta de amor por parte de quien se ha convertido en su destinatario. Si Israel no responde, traiciona la alianza. Pero a pesar de la traición, Dios no deshace su alianza con Israel. La elección es firme, ciertamente no por mérito de la fidelidad ausente del pueblo, sino por un amor interminable de Dios. El amor indefectible de Dios es uno de los pilares que recorre toda la historia de Israel hasta llegar a su culminación con Jesús que, por amor, da toda su vida. Pablo exhorta a los cristianos de Roma a no despreciar la ley, pero sobre todo les pide que amen con todo el corazón la nueva alianza que Dios ha establecido con todos los hombres a través de la fe en Cristo. Esta alianza es nueva porque se basa no en la ley sino en la fe: «El hombre es justificado por la fe, independientemente de las obras de la ley». La fe, don gratuito hecho al pueblo de la primera alianza, se ha propuesto a los hombres de cualquier lengua y nación a través de Jesús. Por eso Pablo puede afirmar que la ley no ha sido destruida. Aun así, se indica el nuevo camino de salvación basado en la fe. Este camino surge de un deseo gratuito, el de Dios, y pasa a través de la cruz y la resurrección de Jesús, quien se convierte en «instrumento de propiciación», es decir, de perdón y de gracia. Dios manifiesta su justicia salvándonos por medio de un Señor que no se reserva para él su condición divina. Al contrario, se hace pequeño entre los hombres para que nuestra pobre fe –pequeña como un grano de mostaza– encuentre la grandeza del amor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.