ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Paz
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 15 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 5,20-31

Anunciad esto a la casa de Jacob
y hacedlo oír en Judá: - Ea, oíd esto,
pueblo necio y sin seso
- tienen ojos y no ven,
orejas y no oyen -: ¿A mí no me temeréis? - oráculo de Yahveh -,
¿delante de mí no temblaréis,
que puse la arena por término al mar,
límite eterno, que no traspasará?
Se agitará, mas no lo logrará;
mugirán sus olas, pero no pasarán. Pero este pueblo tiene
un corazón traidor y rebelde:
traicionaron llegando hasta el fin. Y no se les ocurrió decir:
"Ea, temamos a Yahveh nuestro Dios,
que da la lluvia tempranera
y la tardía a su tiempo;
que nos garantiza las semanas
que regulan la siega." Todo esto lo trastornaron vuestras culpas
y vuestros pecados os privaron del bien. Porque se encuentran en mi pueblo malhechores:
preparan la red,
cual paranceros montan celada:
¡hombres son atrapados! Como jaula llena de aves,
así están sus casas llenas de fraudes.
Así se engrandecieron y se enriquecieron, engordaron, se alustraron.
Ejecutaban malas acciones.
La causa del huérfano no juzgaban
y el derecho de los pobres no sentenciaban. ¿Y de esto no pediré cuentas?
- oráculo de Yahveh -,
¿de una nación así
no se vengará mi alma? Algo pasmoso y horrendo
se ha dado en la tierra: los profetas profetizaron con mentira,
y los sacerdotes dispusieron a su guisa.
Pero mi pueblo lo prefiere así.
¿A dónde vais a parar?

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El profeta utiliza palabras duras contra su pueblo, que «tiene un corazón traidor y rebelde». Para Jeremías esta situación es la consecuencia de la falta del «temor» ante Dios: «Y no se les ocurrió decir: Ea, temamos al Señor nuestro Dios, que da la lluvia temprana y tardía a su tiempo; el que nos asegura las semanas que gobiernan la mies». Quizás esta sea una palabra olvidada en el vocabulario de la vida de fe. Tenemos muchos miedos, pero poco «temor de Dios». El «temor de Dios» no es un sentimiento de miedo, sino la conciencia de nuestro límite y de nuestra fragilidad. Y eso lo descubrimos de manera evidente en la oración. Cuando nos ponemos ante Dios nos damos cuenta de su grandeza y de nuestra pobreza. En el libro del Deuteronomio, el «temor» va acompañado del amor de Dios y de la escucha de su Palabra: «Y ahora, Israel, ¿qué te pide el Señor tu Dios, sino que temas al Señor tu Dios, siguiendo todos sus caminos, amándolo, sirviendo al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, guardando los mandamientos del Señor y sus preceptos que yo te prescribo hoy, para que te vaya bien?» (10,12). El «temor de Dios», según el libro de los Proverbios es el principio de la sabiduría. Existe, pues, una fuerte conexión entre temor del Señor y vida buena, bienestar, sabiduría de vida. No se trata de la antigua convicción según la cual la desdicha o la pobreza estaban ligadas al pecado y la riqueza, a la fidelidad de Dios. Existe una vida buena y feliz también en el sufrimiento y en la pobreza. La iniquidad, la injusticia, la violencia, la ausencia del temor de Dios, de la conciencia de su presencia, alteran el orden de la creación y también la convivencia entre los hombres. Jeremías plantea aquí una constante de la palabra profética, la conexión entre riqueza e injusticia: «Como jaula llena de aves, así están sus casas llenas de fraudes. Así se engrandecieron y enriquecieron, engordaron, se alustraron, a favor de delinquir. La causa del huérfano no juzgaban y el derecho de los pobres no sentenciaban». Tal vez con un lenguaje que no es fácil para nosotros, Jeremías toca uno de los puntos centrales de nuestra sociedad materialista, en la que vivimos dominados por el dinero y por una lógica mercantil, olvidando la necesidad de cultivar el corazón, de fortalecer el alma, para hacer el bien y llevar a cabo la justicia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.