ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 17 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 6,16-30

Así dice Yahveh:
Paraos en los caminos y mirad,
y preguntad por los senderos antiguos,
cuál es el camino bueno, y andad por él,
y encontraréis sosiego para vuestras almas.
Pero dijeron: "No vamos." Entonces les puse centinelas:
"¡Atención al toque de cuerno!"
Pero dijeron: "No atendemos." Por tanto, oíd, naciones,
y conoce, asamblea,
lo que vendrá sobre ellos; oye, tierra:
He aquí que traigo desgracia a este pueblo,
como fruto de sus pensamientos,
porque a mis razones no atendieron,
y por lo que respecta a mi Ley, la desecharon. - ¿A qué traerme incienso de Seba
y canela fina de país remoto?
Ni vuestros holocaustos me son gratos,
ni vuestros sacrificios me complacen. Por tanto, así dice Yahveh:
Mirad que pongo a este pueblo tropiezos
y tropezarán en ellos
padres e hijos a una,
el vecino y su prójimo perecerán. Así dice Yahveh:
Mirad que un pueblo viene de tierras del norte
y una gran nación se despierta de los confines de la
tierra. Arco y lanza blanden,
crueles son y sin entrañas.
Su voz como la mar muge,
y a caballo van montados,
ordenados como un solo hombre para la guerra
contra ti, hija de Sión. - Oímos su fama,
flaquean nuestras manos,
angustia nos asalta,
dolor como de parturienta. No salgáis al campo,
no andéis por el camino,
que el enemigo lleva espada:
terror por doquier. - Hija de mi pueblo, cíñete de sayal y revuélcate en ceniza,
haz por ti misma un duelo de hijo único,
una endecha amarguísima,
porque en seguida viene
el saqueador sobre nosotros. #NOME? - Todos ellos son rebeldes que andan difamando;
bronce y hierro;
todos son degenerados. Jadeó el fuelle,
el plomo se consumió por el fuego.
En vano afinó el afinador,
porque la ganga no se desprendió. Serán llamados "plata de desecho",
porque Yahveh los desechó.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El profeta Jeremías describe una Jerusalén herida por la guerra. En ella vemos la Jerusalén de hoy, donde la convivencia se ha hecho difícil, y también las numerosas ciudades de este mundo nuestro destruidas por guerras y conflictos. A menudo se trata de guerras desconocidas, pero no por eso menos crueles. Es fácil que sobre todo en el mundo rico se continúe viviendo lejos de estos dramas. Muchos dicen: «paz, paz». «Cuando no había paz», apunta con amargura el profeta. Los que viven en el bienestar no quieren que su tranquilidad se vea alterada por dramas que no están cerca de ellos. La Palabra de Dios, sin embargo, pone en tela de juicio esta avara tranquilidad y subraya su avaricia. Los creyentes son invitados a no dejarse cegar por el egocentrismo. Más bien deben abrir los ojos ante lo que pasa en el mundo, deben dejarse tocar el corazón y pararse a pensar como exhorta el profeta: «Paraos en los caminos y mirad, preguntad por los senderos antiguos, cuál es el buen camino, y andad por él, y encontraréis sosiego para vuestras almas». Hay que pararse, dejar de correr para no pensar y, por tanto, no entender. La vida de cada día está dominada por la prisa y nuestra sociedad no nos ayuda a encontrar espacios de reflexión. Tenemos casi miedo de pararnos. Actuamos así por costumbre y por instinto. Creemos que somos libres y responsables, pero en realidad somos conformistas y seguimos modas y pensamientos banales. Pero el Señor nos ha dado centinelas para que velen por nosotros. Son los profetas, aquellos que todavía hoy nos hablan de Dios, nos explican su palabra para ayudarnos a pensar. Y también nosotros tendremos que ser como centinelas para el mundo, para anunciar a todos la palabra del Señor e indicar el camino del bien y de la paz. Todos somos llamados a acoger en el corazón la Palabra de Dios: esta abre los ojos para ver las heridas de los hombres y da la compasión necesaria para inclinarse ante ellos. Al final del capítulo el Señor le dice a Jeremías: «Te puse en mi pueblo por inquisidor sagaz, para que examinaras y probaras su conducta». Es una tarea importante ante la que no debemos echarnos atrás. Pidamos al Señor que nos ayude a ser centinelas sabios para avisar del mal y para ayudar a hacer el bien.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.