ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 31 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 7,1-24

El año 151, Demetrio, hijo de Seleuco, salió de Roma y, con unos pocos hombres, arribó a una ciudad marítima donde se proclamó rey. Cuando se disponía a entrar en la residencia real de sus padres, el ejército apresó a Antíoco y a Lisias para llevarlos a su presencia. Al saberlo, dijo: «No quiero ver sus caras.» El ejército los mató y Demetrio se sentó en su trono real. Entonces todos los hombres sin ley e impíos de Israel acudieron a él, con Alcimo al frente, que pretendía el sumo sacerdocio. Ya en su presencia, acusaron al pueblo diciendo: «Judas y sus hermanos han hecho perecer a todos tus amigos y a nosotros nos han expulsado de nuestro país. Envía, pues, ahora una persona de tu confianza, que vaya y vea los estragos que en nosotros y en la provincia del rey han causado, y los castigue a ellos y a todos los que les apoyan.» El rey eligió a Báquides, uno de los amigos del rey, gobernador de Transeufratina, grande en el reino y fiel al rey. Le envió con el impío Alcimo, a quien concedió el sacerdocio, a tomar venganza de los israelitas. Partieron con un ejército numeroso y en llegando a la tierra de Judá, enviaron mensajeros a Judas y sus hermanos con falsas proposiciones de paz. Pero éstos no hicieron caso de sus palabras, porque vieron que habían venido con un ejército numeroso. No obstante, un grupo de escribas se reunió con Alcimo y Báquides, tratando de encontrar una solución justa. Los asideos eran los primeros entre los israelitas en pedirles la paz, pues decían: «Un sacerdote del linaje de Aarón ha venido con el ejército: no nos hará ningún mal.» Habló con ellos amistosamente y les aseguró bajo juramento: «No intentaremos haceros mal ni a vosotros ni a vuestros amigos.» Le creyeron, pero él prendió a sesenta de ellos y les hizo morir en un mismo día, según la palabra que estaba escrita: = «Esparcieron la carne y la sangre de tus santos en torno a Jerusalén y no hubo quien les diese sepultura.» = Con esto, el miedo hacia ellos y el espanto se apoderó del pueblo, que decía: «No hay en ellos verdad ni justicia, pues han violado el pacto y el juramento que habían jurado.» Báquides partió de Jerusalén y acampó en Bet Zet. De allí mandó a prender a muchos que habían desertado donde él y a algunos del pueblo, los mató y los arrojó en el pozo grande. Luego puso la provincia en manos de Alcimo, dejó con él tropas que le sostuvieran y se marchó adonde el rey. Alcimo luchó por el sumo sacerdocio. Se le unieron todos los perturbadores del pueblo, se hicieron dueños de la tierra de Judá y causaron graves males a Israel. Viendo Judas todo el daño que Alcimo y los suyos hacían a los hijos de Israel, mayor que el que habían causado los gentiles, salió a recorrer todo el territorio de Judea para tomar venganza de los desertores y no dejarles andar por la región.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El capítulo siete abre un nuevo período en la historia de los macabeos. Y empieza con las reivindicaciones de los judíos helenizados que no soportaban el éxito alcanzado, según Judas, en las negociaciones de paz con Lisias. Aprovechando un nuevo cambio de guardia en Siria, aquellos fueron a Antioquía, guiados por Alcimo, que había aceptado la helenización y que aspiraba a arrebatar el liderazgo de la clase sacerdotal, para reunirse con el nuevo soberano, Demetrio I, y convencerle de que pusiera fin al predominio de Judas. Demetrio, el hijo superviviente de Seleuco IV, no había recibido la aprobación del senado romano. Los romanos prefirieron a Antíoco V, todavía muy joven y más manipulable. Pero Demetrio logró huir de Roma y en Trípoli se proclamó rey legítimo. La población de Antioquía y el ejército lo reconocieron como rey y lo acogieron en la residencia real. Era el año 161. Hizo ajusticiar de inmediato a Eupátor y al ministro Lisias y abrió una nueva época política que preveía, entre otras cosas, una fuerte represión contra los judíos. Una parte decisiva de esta estrategia se debió a los judíos helenizados, que pusieron en guardia rápidamente al nuevo soberano ante el excesivo poder que Judas había logrado, tras la paz con Lisias: «Judas –le dijeron a Demetrio– y sus hermanos han hecho perecer a todos tus amigos y a nosotros nos han expulsado de nuestro país. Envía, pues, ahora una persona de tu confianza, que vaya y vea los estragos que en nosotros y en la provincia del rey han causado, y los castigue a ellos y a todos los que los apoyan» (vv. 6-7). Demetrio decidió escuchar la postura de Alcimo y envió a Báquides, hombre de confianza de la casa real («uno de los amigos del rey»), como gobernador de la región de Jerusalén, cargo que ya ocupaba Lisias. Algunos seguidores de Judas, entre los que estaban los mismos hasidim, los «piadosos», se dejaron convencer por Báquides que, apenas llegar a Jerusalén, colocó inmediatamente a Alcimo en el más alto cargo sacerdotal, y le confió la tarea de «tomar venganza de los israelitas» (v. 9). Escribe el texto: «Los asideos eran los primeros entre los israelitas en pedirles la paz, pues se decían: “Un sacerdote del linaje de Aarón ha venido con el ejército; no nos hará ningún mal”. Habló con ellos amistosamente y les aseguró bajo juramento: “No intentaremos haceros mal ni a vosotros ni a vuestros amigos”» (vv. 13-16). Y le creyeron. Pero la represión llegó de inmediato: «Él prendió a sesenta de ellos y los hizo morir en un mismo día, según la palabra que estaba escrita: «Esparcieron la carne y la sangre de tus santos en torno a Jerusalén y no hubo quien les diese sepultura». Con esto, el miedo hacia ellos y el espanto se apoderaron del pueblo, que decía: «No hay en ellos verdad ni justicia, pues han violado el pacto y el juramento que habían jurado» (vv. 16b-18). Báquides abandonó la región y confió su gobierno a Alcimo, que intentó de todos los modos conservar al sumo sacerdote desahogando su rencor contra los adversarios. Judas comprendió que había llegado el momento de actuar para evitar mayores daños al pueblo de Israel. Entonces organizó incursiones de castigo contra los hombres de Alcimo y contra los que se habían pasado a su bando. Y eran tan eficaces que obligaron a Alcimo a volver a Antioquía para pedir más tropas al rey.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.