ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 22 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 13,1-30

Supo Simón que había juntado Trifón un ejército numeroso para ir a devastar el país de Judá. Viendo al pueblo espantado y medroso, subió a Jerusalén, reunió al pueblo y le exhortó diciendo: «Vosotros sabéis todo lo que hemos hecho mis hermanos, la casa de mi padre y yo por la Ley y el Lugar Santo, y las guerras y tribulaciones que hemos sufrido. Por esta causa, por Israel, han muerto mis hermanos todos y he quedado yo solo. Lejos de mí ahora mirar por salvar mi vida en cualquier tiempo de angustia, que no soy yo mejor que mis hermanos; sino que vengaré a mi nación, al Lugar Santo y a vuestras mujeres e hijos, puesto que, impulsados por el odio, se han unido todos los gentiles para aniquilarnos.» Al oír estas palabras, se enardecieron los ánimos del pueblo y respondieron en alta voz diciendo: «Tú eres nuestro guía en lugar de Judas y de tu hermano Jonatán; toma la dirección de nuestra guerra y haremos cuanto nos mandes». Reunió entonces Simón a todos los hombres aptos para la guerra y se dio prisa en acabar las murallas de Jerusalén hasta que la fortificó en todo su contorno. Envió a Jonatán, hijo de Absalón, a Joppe con un importante destacamento, el cual expulsó a los que en la ciudad estaban y se estableció en ella. Partió Trifón de Tolemaida con un ejercito numeroso para entrar en el país de Judá llevando consigo prisionero a Jonatán. Simón puso su campamento en Jadidá, frente a la llanura. Al enterarse Trifón de que Simón había sucedido en el mando a su hermano Jonatán y que estaba preparado para entrar con él en batalla, le envió mensajeros diciéndole: «Tenemos detenido a tu hermano Jonatán por las deudas contraídas con el tesoro real en el desempeño de su cargo. Envíanos, pues, cien talentos de plata y a dos de sus hijos como rehenes, no sea que una vez libre se rebele contra nosotros. Entonces le soltaremos.» Simón, aunque se dio cuenta de que le hablaban con falsedad, envió a buscar el dinero y los niños para no provocar contra sí una gran enemistad del pueblo que diría: «Porque no envié yo el dinero y los niños, ha muerto Jonatán.» Envió, pues, los niños y los cien talentos, pero Trifón faltó a su palabra y no soltó a Jonatán. Después de esto, se puso Trifón en marcha para invadir la región y devastarla. Dio un rodeo por el camino de Adorá, mientras Simón y su ejército obstaculizaban su marcha dondequiera que iba. Los de la Ciudadela enviaron a Trifón legados dándole prisa a que viniese donde ellos a través del desierto y les enviase víveres. Preparó Trifón toda su caballería para ir, pero aquella noche cayó tal cantidad de nieve que le impidió acudir allá. Partió de allí y se fue a la región de Galaad. Cuando se encontraba cerca de Bascamá, hizo matar a Jonatán, que fue enterrado allí. Luego dio Trifón la vuelta y se marchó a su país. Envió Simón a recoger los huesos de su hermano Jonatán y le dio sepultura en Modín, ciudad de sus padres. Todo Israel hizo gran duelo por él y le lloró muchos días. Simón construyó sobre el sepulcro de su padre y sus hermanos un mausoleo alto, que pudiera verse, de piedras pulidas por delante y por detrás. Levantó siete pirámides, una frente a otra, dedicadas a su padre, a su madre y a sus cuatro hermanos. Levantó alrededor de ellas grandes columnas y sobre las columnas hizo panoplias para recuerdo eterno. Al lado de las panoplias esculpió unas naves que pudieran ser contempladas por todos los que navegaran por el mar. Tal fue el mausoleo que construyó en Modín y que subsiste en nuestros días.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Trifón, envalentonado por el éxito de Tolemaida, intenta aprovechar inmediatamente la desbandada moral de los judíos, que ya no tienen jefe tras la desaparición de Jonatán, para invadir la región. Simón, el último superviviente de los hijos de Matatías, intuyendo la gravedad del momento, va inmediatamente a Jerusalén, para reorganizar al pueblo y reaccionar al peligro inminente. Empieza recordando el celo por la ley del Señor y el Templo que tuvo a su familia y a sus hermanos, que para defender al pueblo y su fe dieron su vida hasta la muerte. Luego añadió: «No busco yo ahora poner a salvo mi vida cuando llega la angustia, pues no soy yo mejor que mis hermanos. Lo que quiero es vengar a mi nación, al Lugar Santo y a vuestras mujeres e hijos, puesto que, impulsados por el odio, se han unido todos los paganos para aniquilarnos» (5-6). Simón, que no se sentía en nada superior a sus hermanos, sintió que recaía sobre él la responsabilidad de guiar al pueblo. Se encontraba en Jadidá (13), donde probablemente había fijado su cuartel general de general de la costa. Pero al oír las intenciones de Trifón y en vista del desánimo de los judíos decidió recoger el testigo de su hermano. La compasión por los demás siempre nos hace salir de nosotros mismos y ofrecer nuestra ayuda. De su corazón emocionado salieron palabras apasionadas que lograron devolver la esperanza a todo el pueblo judío. Y entonces todos respondieron a Simón «en voz alta diciendo: “Tú eres nuestro guía en lugar de Judas y de tu hermano Jonatán; toma la dirección de nuestra guerra y haremos cuanto nos mandes”» (8-9). La misma reacción y las mismas palabras encontramos en la muerte de Judas (9,30). Simón se puso inmediatamente manos a la obra para terminar los trabajos de defensa de las murallas de Jerusalén y reforzó la guarnición de Jaifa de donde expulsó a la población local por miedo a que entregaran a traición la ciudad a Trifón. Este, llevándose consigo a Jonatán preso, salió de Tolemaida para invadir Judea. Antes de hacer uso de las armas quiso engañar a Simón prometiéndole la liberación de Jonatán a cambio de cien talentos y de dos hijos del mismo Jonatán como rehenes. Aun habiéndose percatado de la falsedad de la propuesta, Simón accede, pero solo para evitar el descontento del pueblo. Trifón, como de costumbre, no mantuvo su palabra. Crecido por aquel primer éxito, intentó desbaratar la resistencia de los judíos. Pero sus intentos fueron en vano. Decidió entonces volver a Siria tras cometer un nuevo crimen asesinando a Jonatán. Simón, una vez recuperado el cuerpo de su hermano, ordenó que lo enterraran en Modín, la ciudad original de la familia de los macabeos, y construyó un mausoleo en honor a todos los miembros de su familia en el que se recordaran todas sus gestas heroicas en defensa del pueblo de Israel.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.