ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Fiesta del Cristo negro de Esquipulas, en Guatemala, venerado en toda América Central Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 15 de enero

Fiesta del Cristo negro de Esquipulas, en Guatemala, venerado en toda América Central


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 1,29-39

Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían. De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan.» El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido.» Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Evangelio describe la intensa actividad de Jesús en Cafarnaún en el transcurso de dos días consecutivos. Jesús ya no está solo, no hace de predicador solitario: ha elegido comunicar el Evangelio del reino junto al grupo de discípulos que ha reunido. Con ellos forma ya una singular familia, basada no en los lazos de sangre sino en la adhesión a él y a su diseño de amor. El evangelista nos lo presenta mientras entra en su casa de Cafarnaún. En seguida le presentan a la anciana suegra de Pedro que yace en cama con fiebre. Jesús se le acerca, la toma de la mano y la levanta de su postración, curándola. La anciana mujer se pone en seguida a servirles. En efecto, la curación significa abandonar el inmovilismo de la propia pereza y ponerse a servir a Jesús y a su comunidad. No se trata de magia: Jesús ha tomado de la mano a aquella anciana debilitada, y la ha aliviado, devolviéndole el vigor. Así es como hay que estar con los ancianos, empezando por los que están casa. Y con mayor motivo aún con los que están en los asilos. La curación de la anciana suegra de Pedro es una lección que hay que aprender todavía hoy. El evangelista pasa ahora a describir una escena conmovedora: ante la puerta de aquella casa se reunían “todos los enfermos y endemoniados” de la ciudad. “La ciudad entera estaba agolpada a la puerta”. Es una escena que interroga a nuestras comunidades cristianas, a nuestras iglesias, y también a nuestros corazones. ¿Por qué es raro ver hoy una escena como ésta? ¿Y no va contra el Evangelio alejar de nuestras iglesias (y de nuestros corazones) a los débiles, los extranjeros, los gitanos, los enfermos mentales, y a los que piden ayuda? Jesús salió a la puerta de la casa y “curó a muchos”. Marcos no dice que curó a todos, sino a muchos, como para subrayar que queda abierta la herida de muchos enfermos a los que no conseguimos ayudar. Pasadas la tarde y la noche, de madrugada, Jesús se levanta y va a un lugar apartado para orar. Comienza la jornada con la oración en un lugar apartado, íntimo, lejos de la multitud y de la confusión. Es en el silencio donde encuentra a su Padre que está en los cielos. Para Jesús la oración no es sólo el inicio temporal de la jornada, sino su mismo fundamento. Y cuando los discípulos dirigen la mente y el corazón a Dios, comienza el tiempo nuevo anunciado por el Evangelio. Estar delante del Señor en oración, como hijos que lo esperan todo de Él, significa iniciar una nueva forma de vivir: no hacer nuestra voluntad –como generalmente cada uno de nosotros sigue haciendo- sino la del Padre. Y el Padre quiere que todos los hombres se salven. Por esto, a los discípulos que querían que permaneciera en la zona, Jesús les responde que es necesario ensanchar el corazón hasta los confines de la tierra. No se queda en los lugares habituales, va a todas partes. Y en cada lugar por donde pasa crea un clima nuevo, de fiesta, sobre todo entre los pobres; incluso los leprosos acuden a él y son curados.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.