ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 2 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 10,1-12

Después de esto, designó el Señor a otros 72, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir. Y les dijo: «La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino. En la casa en que entréis, decid primero: "Paz a esta casa." Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella, y decidles: "El Reino de Dios está cerca de vosotros." En la ciudad en que entréis y no os reciban, salid a sus plazas y decid: Hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos ha pegado a los pies, os lo sacudimos. Pero sabed, con todo, que el Reino de Dios está cerca. Os digo que en aquel Día habrá menos rigor para Sodoma que para aquella ciudad.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este pasaje evangélico narra el segundo discurso misionero de Jesús que encontramos en el Evangelio de Lucas. Si el primera iba dirigido a los doce (9,1-6), como si quisiera abarcar todo Israel, ahora el motivo es la misión de los setenta y dos discípulos, un número (cfr. Génesis 10) que simboliza a todos los pueblos de la tierra. Lucas lo sitúa al inicio del camino de Jesús hacia Jerusalén. La universalidad de la predicación no es una coletilla del mensaje evangélico, sino que es parte integrante de la misión que Jesús confía a sus discípulos desde el inicio. Él mismo indica que "la mies es mucha", es decir, realmente extensa, "y los obreros pocos". La extensión de la mies es proporcional a la amplitud del dolor que hay en el mundo, a la amplitud de la soledad que entristece a las personas y a la increíble frecuencia de los conflictos que envenenan a los pueblos. Los hombres y los pueblos necesitan enormemente ser liberados de innumerables formas de esclavitud. Y Jesús ve la desproporción entre el increíble trabajo de evangelización que hay que realizar y el pequeño número de discípulos. Jesús es plenamente consciente de esta separación. El problema, de todos modos, no está solo en el el número sino en la calidad. Por eso Jesús, por una parte exhorta a los discípulos a rezar para que el Padre envíe obreros a su mies y por otra parte reza para que su trabajo dé buenos resultados. Sin duda comunicar el Evangelio no es una empresa ligera o fácil; requiere que los discípulos superen sus perezas y sus lentezas y los obstáculos, los peligros y los odios del príncipe del mal. Jesús les dice: "Mirad que os envío como corderos en medio de lobos”. Los discípulos deben ser conscientes del peligro que corren. La ceguera ante los peligros es un signo de insensibilidad del rebaño y de poca inteligencia del pastor. Y eso es aún más importante para la tarea que se les confía. Jesús los exhorta a no quedarse en los lugares de siempre o a repetir las costumbres de siempre, aunque sean religiosas. La Iglesia, la comunidad cristiana –y por tanto cada discípulo– es misionera por su propia naturaleza, es decir, que el Señor la envía a comunicar el Evangelio por todo el mundo, a preparar el corazón de los hombres para que acojan a Jesús como salvador de su vida. El encuentro con Jesús es el don de paz que los discípulos están llamados a llevar a todas las casas. Y envió a aquellos discípulos de dos en dos. Gregorio Magno comenta que Jesús los envió de dos en dos para que su primera predicación fuera el amor mutuo. El amor es la fuerza de los discípulos, los de ayer y los de hoy. El amor del Señor es fuerte y vence a los "lobos" de este mundo, como experimentó Francisco de Asís con el "lobo" de Gubbio. La fuerza de los discípulos de Jesús no radica en su equipaje: no deben llevar nada consigo a parte del Evangelio y el amor del Señor. Con este equipaje, que es al mismo tiempo débil y fuerte, pueden recorrer los caminos del mundo dando testimonio de "aquel que les ha enviado". En cada ciudad, en cada casa, deben anunciar el reino del Dios y hacerlo visible con la curación del mal: "Curad los enfermos... y decidles: 'El Reino de Dios está cerca de vosotros'".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.