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Recuerdo de Onésimo, esclavo de Filemón pero hermano en la fe del apóstol Pablo. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 16 de febrero

Recuerdo de Onésimo, esclavo de Filemón pero hermano en la fe del apóstol Pablo.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Génesis 4,1-15.25

Conoció el hombre a Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: "He adquirido un varón con el favor de Yahveh." Volvió a dar a luz, y tuvo a Abel su hermano. Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador. Pasó algún tiempo, y Caín hizo a Yahveh una oblación de los frutos del suelo. También Abel hizo una oblación de los primogénitos de su rebaño, y de la grasa de los mismos. Yahveh miró propicio a Abel y su oblación, mas no miró propicio a Caín y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro. Yahveh dijo a Caín: "¿Por qué andas irritado, y por qué se ha abatido tu rostro? ¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar." Caín, dijo a su hermano Abel: "Vamos afuera." Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató. Yahveh dijo a Caín: "¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: "No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?" Replicó Yahveh: "¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Aunque labres el suelo, no te dará más su fruto. Vagabundo y errante serás en la tierra." Entonces dijo Caín a Yahveh: "Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Es decir que hoy me echas de este suelo y he de esconderme de tu presencia, convertido en vagabundo errante por la tierra, y cualquiera que me encuentre me matará." Respondióle Yahveh: "Al contrario, quienquiera que matare a Caín, lo pagará siete veces." Y Yahveh puso una señal a Caín para que nadie que le encontrase le atacara. Adán conoció otra vez a su mujer, y ella dio a luz un hijo, al que puso por nombre Set, diciendo: "Dios me ha otorgado otro descendiente en lugar de Abel, porque le mató Caín."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Desde el origen la historia humana está marcada por la lucha fratricida. Es el relato de Caín y Abel: Caín, el hombre fuerte que se asocia con la vida de la ciudad, y Abel su hermano, un hombre casi sin nombre. De hecho, en hebreo Abel significa “soplo”, “nada”. Su nombre, su misma existencia consiste en ser “el hermano” de otro hombre, Caín. No existe el hombre sin que acepte tener delante a un hermano, vivir con él, construir el mundo aceptando su diversidad. Nuestra humanidad no puede realizarse sin los demás. Abel era pastor, un nómada, no un agricultor como Caín. El pecado de Caín comienza con el rechazo de la diversidad de Abel. De ahí la envidia, la ira, el rencor, que llevan rápidamente a la muerte violenta. En el texto hebreo Caín habla al hermano pero sin pronunciar ninguna palabra. Cuando se empieza a tener sentimientos de envidia, de ira, cuando se incuba el rencor, se llega con facilidad a no poder hablar, a no querer hablar. De ese modo crece la enemistad hasta el punto de llegar a la eliminación del otro. Y he aquí que Dios mismo vuelve a intervenir, a tomar la palabra ante el miedo y el silencio de Caín. “¿Dónde está tu hermano?”, pregunta Dios a Caín, como le había preguntado a Adán: “¿Dónde estás?” Dios pregunta: su voz es siempre una pregunta, que nos pide dar cuentas de nuestro hermano. Es el grito de Dios por cada uno de nosotros y por este mundo contra toda violencia y todo rechazo de quien es distinto. “¿Dónde está tu hermano?” es la pregunta preocupada de Dios a un mundo que acepta la violencia sin escandalizarse, que piensa que la guerra es un hecho inevitable, y la división una dimensión normal de la vida. Sí, la voz de la sangre de tantas mujeres y hombres inocentes, como Abel, grita a Dios desde la tierra, porque de ella hemos sido formados todos como hermanos. La Biblia afirma desde el origen que hemos sido constituidos hermanos. No existe hombre, mujer, pueblo o etnia sin los otros, los que son distintos. Y cuando uno se acostumbra a vivir para sí mismo, sin los demás, fácilmente se pone en su contra, llegando incluso a la enemistad. Rechazar a los que son diferentes lleva solo a construir un mundo dominado por la violencia. En Jesús comprendemos con mayor claridad que cada hombre es nuestro hermano porque es hijo de Dios, creado a su imagen y semejanza. La Iglesia, toda comunidad, no puede sino testimoniar esta universalidad tan difícil de aceptar y de vivir en el mundo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.