ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 4 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tobías 6,10-11; 7,1-17.4-9

Cuando entraron en Media, y estando ya cerca de Ecbátana, dijo Rafael al joven: «Hermano Tobías.» Le respondió: «¿Qué deseas?» Contestó él: «Pararemos esta noche en casa de Ragüel; es pariente tuyo y tiene una hija que se llama Sarra; Cuando entraron en Ecbátana dijo Tobías: «Hermano Azarías, guíame en derechura a casa de Ragüel, nuestro hermano.» Le condujo, pues a casa de Ragüel y le encontraron sentado a la puerta del patio. Le saludaron ellos primero y él les contestó: «Mucha dicha os deseo, hermanos, y en buena salud vengáis.» Los llevó a su casa y dijo a su mujer Edna: «¡Cómo se parece este muchacho a mi hermano Tobit!» Edna les preguntó: «¿De dónde sois, hermanos?» Respondieron: «Somos de los hijos de Neftalí, de los deportados de Nínive.» Les dijo: «¿Conocéis a Tobit, nuestro hermano?» Ellos contestaron: «Sí, le conocemos.» - «¿Está bien?» - «Vive y está bien.» Y Tobías añadió: «Es mi padre.» Ragüel se puso en pie de un salto, le besó, lloró y le dijo: «¡Bendito seas, hijo! Tienes un padre honrado y bueno. ¡Qué gran desgracia, haberse quedado ciego un hombre tan justo y tan limosnero!» Y echándose al cuello de su hermano Tobías, rompió a llorar. También lloró su mujer Edna y su hija Sarra. Mató luego un carnero del rebaño y los acogió con toda cordialidad. Después de lavarse y bañarse, se pusieron a comer. Tobías dijo entonces a Rafael: «Hermano Azarías, di a Ragüel que me dé por mujer a mi hermana Sarra.» Al oír Ragüel estas palabras dijo al joven: «Come, bebe y disfruta esta noche, porque ningún hombre hay, fuera de ti, que tenga derecho a tomar a mi hija Sarra, de modo que ni yo mismo estoy facultado para darla a otro, si no es a ti, que eres mi pariente más próximo. Pero voy a hablarte con franqueza, muchacho. Ya la he dado a siete maridos, de nuestros hermanos, y todos murieron la misma noche que entraron donde ella. Así que, muchacho, ahora come y bebe y el Señor os dará su gracia y su paz.» Pero Tobías replicó: «No comeré ni beberé hasta que no hayas tomado una decisión acerca de lo que te he pedido.» Ragüel le dijo: «¡Está bien! A ti se te debe dar, según la sentencia del libro de Moisés, y el Cielo decreta que te sea dada. Recibe a tu hermana. A partir de ahora, tú eres su hermano y ella es tu hermana. Tuya es desde hoy por siempre. Que el Señor del Cielo os guíe a buen fin esta noche, hijo, y os dé su gracia y su paz.» Llamó Ragüel a su hija Sarra, y cuando ella se presentó, la tomó de la mano y se la entregó a Tobías, diciendo: «Recíbela, pues se te da por mujer, según la ley y la sentencia escrita en el libro de Moisés. Tómala y llévala con bien a la casa de tu padre. Y que el Dios del Cielo os guíe en paz por el buen camino.» Llamó luego a la madre, mandó traer una hoja de papiro y escribió el contrato matrimonial, con lo cual se la entregó por mujer, conforme a la sentencia de la ley de Moisés. Y acabado esto, empezaron a comer y beber. Ragüel llamó a su mujer Edna y le dijo: «Hermana, prepara la otra habitación y lleva allí a Sarra.» Ella fue y preparó un lecho en la habitación, tal como se lo había ordenado, y llevó allí a Sarra. Lloró ella y luego, secándose las lágrimas, le dijo: «Ten confianza, hija: que el Señor del Cielo te dé alegría en vez de esta tristeza. Ten confianza, hija.» Y salió. Los padres salieron y cerraron la puerta de la habitación. Entonces Tobías se levantó del lecho y le dijo: «Levántate, hermana, y oremos y pidamos a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos salve.» Ella se levantó y empezaron a suplicar y a pedir el poder quedar a salvo. Comenzó él diciendo: ¡Bendito seas tú, Dios de nuestros padres,
y bendito sea tu Nombre
por todos los siglos de los siglos!
Bendígante los cielos,
y tu creación entera,
por los siglos todos. Tú creaste a Adán, y para él creaste
a Eva, su mujer, para sostén y ayuda,
y para que de ambos proviniera la raza de los hombres.

Tú mismo dijiste:
No es bueno que el hombre se halle solo;
hagámosle una ayuda semejante a él.
Yo no tomo a esta mi hermana
con deseo impuro,
mas con recta intención.
Ten piedad de mí y de ella
y podamos llegar juntos
a nuestra ancianidad. Y dijeron a coro: «Amén, amén.» Y se acostaron para pasar la noche. Se levantó Ragüel y, llamando a los criados que tenía en casa, fueron a cavar una tumba,

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El encuentro entre Tobías y Sara fue un encuentro sanador: Sara quedó libre de una pesadilla de muerte y Tobías, de la soledad. Pero la que para los dos jóvenes fue una noche de salvación y de fecundo reposo, para los padres de Sara fue una noche de ansia atormentada por el miedo a morir. En realidad, Edna había deseado para su hija la bendición de Dios: "que el Señor del cielo y de la tierra convierta en gozo tu tristeza" (7,17). En cambio Ragüel, al igual que su hija, no soporta pensar que va a estar en boca de la gente, se levanta y va cavar una sepultura con criados de su confianza. Tobías venía de lejos, nadie lo conocía, se podía hacer creer que se había ido por la noche. Cuando todo está a punto, Ragüel le pide a su esposa que envíe a una criada a la cámara nupcial para comprobar qué había pasado. Pero lo que temían que hubiera sucedido no pasó. Los dos esposos descansaban tranquilamente. Al ver lo ocurrido los padres manifiestan su agradecimiento al Señor. Es la cuarta oración que encontramos en el libro de Tobías (vv. 15-17). Al igual que las demás, también esta empieza con una bendición al Señor (v. 15) por su gran misericordia, que ha guiado su vida. Y termina pidiendo ayuda, ya no para ellos, sino para Tobías y Sara, a quienes considera hijos por igual y a los que confía al Señor. Así las cosas, la sepultura excavada resulta inútil. Se hace de día y la alegría entra en aquella casa. Por eso se prepara un banquete que parece no tener fin. Ragüel quiere que la fiesta dure el doble de lo habitual, como si quisiera compensar el tiempo de aflicción que tuvo que soportar la hija (y sus padres) y luego el banquete se reanuda en la casa de Tobit. Catorce días de fiesta es el doble de lo habitual; la boda de Sara es realmente algo excepcional. Y la mitad de los bienes que Ragüel da a Tobías son muestra de una gran generosidad que va más allá de la herencia que corresponde a las hijas únicas según lo prescrito por la ley de Moisés (Nm 27,11). La unión de los dos jóvenes, que tiene lugar bajo la protección y la mirada del ángel, se convierte en fuente de vida que lo transforma todo. Eso mismo es lo que pasa cada vez que la comunión entre los hermanos y las hermanas se convierte en una dimensión concreta de la vida.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.