ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 12 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Samuel 1,9-20

Pero después que hubieron comido en la habitación, se levantó Ana y se puso ante Yahveh. - El sacerdote Elí estaba sentado en su silla, contra la jamba de la puerta del santuario de Yahveh. Estaba ella llena de amargura y oró a Yahveh llorando sin consuelo, e hizo este voto: "¡Oh Yahveh Sebaot! Si te dignas mirar la aflicción de tu sierva y acordarte de mí, no olvidarte de tu sierva y darle un hijo varón, yo lo entregaré a Yahveh por todos los días de su vida y la navaja no tocará su cabeza." Como ella prolongase su oración ante Yahveh, Elí observaba sus labios. Ana oraba para sí; se movían sus labios, pero no se oía su voz, y Elí creyó que estaba ebria, y le dijo: "¿Hasta cuándo va a durar tu embriaguez? ¡Echa el vino que llevas!" Pero Ana le respondió: "No, señor; soy una mujer acongojada; no he bebido vino ni cosa embriagante, sino que desahogo mi alma ante Yahveh. No juzgues a tu sierva como una mala mujer; hasta ahora sólo por pena y pesadumbre he hablado." Elí le respondió: "Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido." Ella dijo: "Que tu sierva halle gracia a tus ojos." Se fue la mujer por su camino, comió y no pareció ya la misma. Se levantaron de mañana y, después de haberse postrado ante Yahveh, regresaron, volviendo a su casa, en Ramá. Elcaná se unió a su mujer Ana y Yahveh se acordó de ella. Concibió Ana y llegado el tiempo dio a luz un niño a quien llamó Samuel, "porque, dijo, se lo he pedido a Yahveh".

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La angustia de Ana por su esterilidad se convierte en oración al Señor. Ella sabe que puede confiar en Dios. Por tanto, acude al Templo en Siló y reza por largo tiempo ante el Señor, prometiéndole que si le concede un hijo lo consagrará a Él. Ana no sólo muestra el total abandono al Señor, sino también un sentido generoso de la vida: pide el hijo no para sí sino para que sirva al Señor. Está largo tiempo ante el Señor, nota el autor sagrado, como para que quede explícita la gran confianza que ella pone en su Señor. Y sabe bien que si es escuchada, aquel hijo sería fruto sólo del Señor y de su benevolencia. El sacerdote Elí, que la está observando mientras reza, piensa que está ebria, así de poco ritual era aquella oración: era más bien el grito de una mujer desesperada, ciertamente no un recitar cansado y monótono de fórmulas estereotipadas. Elí no comprende y regaña a Ana. Pero éste le responde: "soy una mujer acongojada ... desahogo mi alma ante el Señor". En este momento Elí la asegura y la bendice: "Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido". Ana comprende de las palabras de Elí que será escuchada, no duda "que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor" (cfr. Lc 1,45). Su dolor y su desesperación son borrados: es una mujer nueva a la que se le ha devuelto la vida. El Señor bendice su cuerpo, como dicen los Padres de la Iglesia, porque ha creído en la Palabra de Dios. Ana sabe bien que Samuel es un hijo que le ha dado el Señor y su misericordia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.