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Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Fiesta del Cristo negro de Esquipulas, en Guatemala, venerado en todo Centro América. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 15 de enero

Fiesta del Cristo negro de Esquipulas, en Guatemala, venerado en todo Centro América.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Samuel 8,4-7.10-22

Se reunieron, pues, todos los ancianos de Israel y se fueron donde Samuel a Ramá, y le dijeron: "Mira, tú te has hecho viejo y tus hijos no siguen tu camino. Pues bien, ponnos un rey para que nos juzgue, como todas las naciones." Disgustó a Samuel que dijeran: "Danos un rey para que nos juzgue" e invocó a Yahveh. . Pero Yahveh dijo a Samuel: "Haz caso a todo lo que el pueblo te dice. Porque no te han rechazado a ti, me han rechazado a mí, para que no reine sobre ellos. Samuel repitió todas estas palabras de Yahveh al pueblo que le pedía un rey, diciendo: "He aquí el fuero del rey que va a reinar sobre vosotros. Tomará vuestros hijos y los destinará a sus carros y a sus caballos y tendrán que correr delante de su carro. Los empleará como jefes de mil y jefes de cincuenta; les hará labrar sus campos, segar su cosecha, fabricar sus armas de guerra y los arreos de sus carros. Tomara vuestras hijas para perfumistas, cocineras y panaderas. Tomará vuestros campos, vuestras viñas y vuestros mejores olivares y se los dará a sus servidores. Tomará el diezmo de vuestros cultivos y vuestras viñas para dárselo a sus eunucos y a sus servidores. Tomará vuestros criados y criadas, y vuestros mejores bueyes y asnos y les hará trabajar para él. Sacará el diezmo de vuestros rebaños y vosotros mismos seréis sus esclavos. Ese día os lamentaréis a causa del rey que os habéis elegido, pero entonces Yahveh no os responderá." El pueblo no quiso escuchar a Samuel y dijo: "¡No! Tendremos un rey y nosotros seremos también como los demás pueblos: nuestro rey nos juzgará, irá al frente de nosotros y combatirá nuestros combates." Oyó Samuel todas las palabras del pueblo y las repitió a los oídos de Yahveh. Pero Yahveh dijo a Samuel: "Hazles caso y ponles un rey." Samuel dijo entonces a todos los hombres de Israel: "Volved cada uno a vuestra ciudad."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El capítulo octavo ocupa un puesto clave en la historia de la monarquía en Israel. El pueblo mismo es el que pide un rey. Samuel es viejo y todavía está en el cargo, pero sus hijos, que él había puesto como jueces, "no siguieron su camino: fueron atraídos por el lucro" (v. 3). Estos traicionan con su comportamiento el principio sobre el que se funda Israel, es decir, la práctica de la justicia para todos, sin privilegios ni preferencias. Su corrupción golpea en la raíz la convivencia misma de Israel. Por su parte, Samuel parece no intervenir de ninguna forma para corregirles y mucho menos para detenerles. La situación, que se ha precipitado en la corrupción, se ha vuelto inmanejable. Los ancianos del pueblo deciden pedir un rey, "como todas las naciones" (v. 5). Samuel se disgustó. El Señor se lo explica: "no te han rechazado a ti, me han rechazado a mí, para que no reine sobre ellos" (v.7). El Señor subraya que toda la historia de Israel está hecha de "abandonos", de carreras detrás de otros dioses. Y sin embargo el Señor dice a Samuel que les conceda lo que los ancianos piden; en definitiva, no aprueba pero no impide. Pero pide a Samuel que "advierta" a los israelitas sobre las consecuencias de esta decisión suya: "les advertirás" (v. 9). Es una crítica muy dura, entre las más duras que se encuentran en el Antiguo Testamento. Se sintetiza por la repetición del verbo "tomar". Los israelitas deben saber: el rey "tomará" el diezmo con la confiscación y con la ley; "tomará" los hijos para sus empresas militares; "tomará" las hijas para ponerlas al servicio de su corte (v. 13); "tomará" los campos, las viñas y los cultivos para asignarlos a sus fieles aliados (vv. 14-15). El culmen de la codicia del rey se alcanzará en el tiempo de Ezequiel (34,1-10), cuando serán acusados de haber usado su poder únicamente en su beneficio. El pueblo será nuevamente esclavo: "seréis esclavos". Israel, que mantiene viva la memoria del Éxodo y de la liberación de la esclavitud, debe ser "advertido" de que la monarquía lleva a revivir la antigua situación de esclavitud. Y cuando •se lamente" a Dios, Él no "responderá" (v. 18). Con la petición del rey se infringe el corazón mismo del pacto de fidelidad absoluta y única que une al Señor con Israel. En vano Samuel trata de convencer al pueblo de que no pida un rey. La sed de autonomía de Dios parece prevalecer en el pueblo de Israel, que prefiere homologarse a la mentalidad de los otros pueblos. El Señor, que quiere conducir a su pueblo con amor y no con tiranía, deja la libertad a Israel, pero le advierte de que la autonomía nace del orgullo y lleva a la derrota. Por fortuna el amor de Dios es más fuerte incluso que nuestras traiciones. Sin embargo, no se puede jugar con el corazón, ni con el nuestro ni con el de Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.