ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 13 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Efesios 1,1-10

Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, a los santos y fieles en Cristo Jesús. Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo. Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones
espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo,
para ser santos e inmaculados en su presencia, en el
amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo,
según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia
con la que nos agració en el Amado. En él tenemos por medio de su sangre la redención,
el perdón de los delitos,
según la riqueza de su gracia que ha prodigado sobre nosotros
en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el Misterio de su voluntad
según el benévolo designio
que en él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos:
hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza,
lo que está en los cielos y lo que está en la tierra.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con la página de hoy empieza la Epístola a los Efesios. Pablo se presenta como "apóstol de Cristo Jesús", es decir, enviado del Resucitado, al servicio del Evangelio. En varias epístolas el apóstol repite –como en esta– que no debe su carisma a un mérito suyo ni a una cualidad personal especial. Más bien su pobreza –escribe que es el "menor de todos los santos" (3,8)– es garantía de la autenticidad del mensaje que se le ha confiado. Dios ha manifestado su fuerza con el "nada" del apóstol. Y llama a los cristianos de Éfeso "santos y fieles en Cristo Jesús", como ya había hecho con los colosenses (cfr. Col 1,2), en el sentido de personas elegidas por Dios para ser su "Templo santo" (2,21). El término "santo" (el apóstol lo utiliza en plural) no quiere indicar una dimensión moral de los cristianos de Éfeso. Se refiere, más bien, a una situación objetiva: los cristianos son "santos" porque ofrecen su vida a Dios. Y es una santidad que no les atañe de manera individual, sino en cuanto cuerpo eclesial, en cuanto comunidad amada por Dios y elegida para comunicar el Evangelio al mundo. Es la comunidad, la que es santa, y cada persona lo es en cuanto miembro de esta, en la medida que participa de su misma vida. No es casual que en el epistolario paulino no se encuentre el término "santo" en singular, excepto en Filipenses 4,21, donde, por otra parte, asume un valor colectivo. Somos santos juntos, porque somos arrebatados del mundo del pecado y colocados en la vida de Cristo, fuente y centro de comunión. En cuanto miembros de la Iglesia somos Cuerpo de Cristo. Obviamente, si la santidad es la gracia recibida al inicio de la vida del bautizado, requiere un comportamiento de acuerdo con aquello en lo que se han convertido los cristianos. Ser santo debe comportar una actitud de santidad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.