ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 6 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 111 (112), 1-2.7-9

1 ¡Aleluya!
Alef. ¡Dichoso el hombre que teme a Yahveh,
Bet. que en sus mandamientos mucho se complace!
2 Guímel. Fuerte será en la tierra su estirpe,
Dálet. bendita la raza de los hombres rectos.
7 Mem. no tiene que temer noticias malas,
Nun. firme es su corazón, en Yahveh confiado.
8 Sámek. Seguro está su corazón, no teme:
Ain. al fin desafiará a sus adversarios.
9 Pe. Con largueza da a los pobres;
Sade. su justicia por siempre permanece,
Qof. su frente se levanta con honor.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La liturgia de hoy pone en nuestra boca la segunda parte del Salmo 111. Tras haber exaltado la fe del justo que escucha al Señor, el salmista quiere destacar el lazo entre el amor de Dios y el amor por los hermanos, sobre todo los más pobres. El justo –es decir, quien teme al Señor y escucha su Palabra– como afirma el inicio del Salmo, ha aprendido bien la lección bíblica: la primacía del amor de Dios se reconoce por el amor hacia los hermanos. El salmista no ve separación entre los dos amores: uno incluye el otro. Es significativo que el apóstol Pablo utilice este salmo para exhortar a los Corintios a ser generosos con los pobres de Jerusalén: «Que cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios ama al que da con alegría. Y poderoso es Dios para colmaros de todo bien, a fin de que, teniendo siempre y en todo lo necesario, os sobre todavía para hacer buenas obras, como está escrito: “Repartió; dio a los pobres; su justicia permanece eternamente”» (2 Co 9,7-9). Dios bendice la vida del justo, que será dichoso si observa cuanto está escrito. Por eso el creyente «no habrá de temer las malas noticias, con firme corazón confiará en el Señor» (v. 7). El Salmo añade que la casa del justo «abundará en riqueza y bienestar» (v. 3), él «nunca verá su existencia amenazada» (v. 6) y «dejará un recuerdo estable. No habrá de temer las malas noticias, con firme corazón confiará en el Señor. Seguro y animoso, nada temerá, hasta ver humillado al adversario» (vv. 6-8). Al adversario le sucede lo contrario. En el versículo 10 que cierra el Salmo leemos: «Lo ve el malvado y se enfurece, rechinando sus dientes, se consume. Los afanes del malvado fracasan» (v. 10). La sabiduría del hombre, y su consiguiente dicha, consiste en escuchar la Palabra del Señor y ponerla en práctica sirviendo y amando a sus hermanos empezando por los más pobres. Es una sabiduría que empapa toda la Sagrada Escritura porque el amor de Dios va de la mano en todo momento del amor por los hermanos y los pobres.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.