ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 5 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 14,1-7

En Iconio, entraron del mismo modo en la sinagoga de los judíos y hablaron de tal manera que gran multitud de judíos y griegos abrazaron la fe. Pero los judíos que no habían creído excitaron y envenenaron los ánimos de los gentiles contra los hermanos. Con todo se detuvieron allí bastante tiempo, hablando con valentía del Señor que les concedía obrar por sus manos señales y prodigios, dando así testimonio de la predicación de su gracia. La gente de la ciudad se dividió: unos a favor de los judíos y otros a favor de los apóstoles. Como se alzasen judíos y gentiles con sus jefes para ultrajarles y apedrearles, al saberlo, huyeron a las ciudades de Licaonia, a Listra y Derbe y sus alrededores. Y allí se pusieron a anunciar la Buena Nueva.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo y Bernabé dejan Chipre y van a Iconio (Konya), una ciudad situada en la gran vía comercial llamada Vía Imperial. Van de inmediato a la sinagoga y allí, con su predicación, convencen a muchos judíos para que abracen la fe cristiana, salvo los que Lucas denomina «inconvertibles», es decir, aquellos que se cierran herméticamente en sus tradiciones y las convierten en ídolos que no pueden abandonar. La reacción de estos últimos no se hace esperar. Y no podía ser de otro modo. Una vez más se manifiesta la oposición al Evangelio a pesar de que la predicación de Pablo provocara prodigios. Toda la ciudad se posiciona y se divide en dos: por una parte los partidarios de los apóstoles, y por otra, sus detractores, que llegan incluso a organizar la captura de Pablo y de Bernabé para poderlos lapidar. El autor de los Hechos presenta una curiosa pero habitual alianza entre varias facciones contrarias a los dos discípulos. Sucedió lo mismo con Jesús los días de su pasión. Pablo y Bernabé, enterados del complot, logran huir a Listra. La huida, sin embargo, no mitiga su pasión por edificar la Iglesia. Apenas llegar a la nueva ciudad, a pesar de los peligros que acaban de pasar, reanudan su predicación del Evangelio. No pueden vivir sin comunicar la Palabra de Dios. Y Pablo lo dirá a los corintios: «Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de vanagloria; se trata más bien de un deber que me incumbe» (1 Co 9,16). Y a ese propósito es un ejemplo también para los creyentes de hoy. Cada vez que se atenúa la urgencia de comunicar el Evangelio y de trabajar para el crecimiento de la comunidad cristiana se traiciona la misma vocación cristiana que, por naturaleza, es misionera.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.