ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 26 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Lucas 6,36-38

«Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá.»

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Jesús acaba de proclamar la necesidad del amor por los enemigos, un pasaje que sacude los cimientos de la cultura egocéntrica de este mundo del que todos somos hijos. El sábado pasado lo meditamos a partir del pasaje paralelo de Mateo. El evangelista Lucas prosigue el discurso de Jesús: "Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo". Jesús pone a la misericordia una medida que no puede ser más alta, la misma del Padre. Sí, los discípulos de Jesús están llamados a ser compasivos como lo es Dios mismo. Es un ideal alto como el cielo, y sin embargo es lo que el Señor nos pide a nosotros, discípulos suyos. Ser compasivo como Dios significa tener un corazón, una atención, un amor como los suyos. Y hay una gran necesidad de misericordia en este tiempo nuestro. El papa Francisco ha querido dedicar todo un año a que aprendiéramos el sentido profundo de la misericordia. Y además hay demasiada dureza, frialdad, individualismo, indiferencia hacia los demás, sobre todo hacia los pobres. La misericordia no es un sentimiento vago y abstracto, es una fuerza que cambia los corazones y la historia, como la cambió Jesús que, lleno de misericordia, pasaba por los pueblos y las ciudades de su tiempo llevando la alegría y la curación. Y nos exhorta a nosotros a hacer lo mismo. De la misericordia brota también el mandato de perdonar y no juzgar. Si nos comportamos así también nosotros seremos perdonados y no condenados. Es una exhortación cuando menos oportuna, ya que nosotros nos comportamos de forma muy distinta: somos buenos con nosotros mismos y malvados con los demás. En otra parte el Evangelio aclara esto con un ejemplo: tenemos una gran habilidad para ver la paja en el ojo ajeno, y no ver la viga en el nuestro. Jesús advierte: "Perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará". Y añade que esto se hará en abundancia. El ejemplo del grano que se echa en el saco con largueza hasta rebosar, hasta que se salga, casi derramándolo, muestra la increíble generosidad de Dios. Él, continúa Jesús, vuelca su misericordia sobre nosotros hasta rebosar. Con esta misma generosidad debemos comportarnos también nosotros con los demás. Son palabras de una gran sabiduría evangélica y también humana. El Evangelio nos muestra el camino para recibir el amor de Dios de manera sobreabundante: "con la medida con que midáis se os medirá". No escatimemos el amor; el Señor hará mucho más, se conmoverá hasta tal punto que nos envolverá con su amor sobreabundante.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.