ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias

Oración por los enfermos

Fiesta de la Anunciación del Señor a María.
En la Basílica de Santa María de Trastévere se reza por los enfermos. Recuerdo de María de Cleofás, que estaba bajo la cruz del Señor con las otras mujeres. Oración por todas las mujeres que, en cualquier parte del mundo, con coraje y en las dificultades, siguen al Señor. Recuerdo de Dietrich Bonhoeffer, asesinado por los nazis en 1945 en el campo de concentración de Flossenbürg.
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Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 9 de abril

Fiesta de la Anunciación del Señor a María.
En la Basílica de Santa María de Trastévere se reza por los enfermos. Recuerdo de María de Cleofás, que estaba bajo la cruz del Señor con las otras mujeres. Oración por todas las mujeres que, en cualquier parte del mundo, con coraje y en las dificultades, siguen al Señor. Recuerdo de Dietrich Bonhoeffer, asesinado por los nazis en 1945 en el campo de concentración de Flossenbürg.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 1,26-38

Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.» María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel dejándola se fue.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La liturgia de la Iglesia nos quiere hacer recordar con una conmemoración especial el día en que el ángel fue enviado a Nazaret para anunciar a María que se convertiría en la madre de Jesús. El Evangelio no nos lleva al templo de Jerusalén sino a una humilde casa de una joven: María. El ángel entra y la saluda. María es una muchacha como todas; vive la vida corriente del pueblo. Sin embargo, sobre ella se ha posado la mirada de Dios. Desde su concepción, Dios la había preservado, la había cuidado, la había, por así decir, embellecido y purificado de toda mancha, para que pudiera acoger al Señor Jesús. Por esto el ángel puede decirle: "Alégrate, llena de gracia". Sí, María está llena del amor de Dios y en esto ella está antes que todos nosotros; es decir, la que sabe escuchar la Palabra del Señor con mayor profundidad. De hecho, ella, nada más oír las palabras del ángel, se conturba. Pero el ángel la conforta: "No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús". ¡Podemos imaginar la cantidad de pensamientos que se desencadenan en el corazón de esta muchacha! Podría decir no y permanecer en su tranquilidad continuando la vida de siempre. Habría podido hacerlo pero así habría eludido los horizontes de Dios. En cambio, si dice sí, en la mejor de las hipótesis aparecería como una muchacha madre. Sin embargo, María, no contando con sus fuerzas sino únicamente con las palabras del ángel, responde: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra". Ella, la primera en ser amada de esta forma grande por Dios, es la primera que responde a la palabra del Ángel con una aceptación total. María, la primera de los creyentes, nos ofrece el ejemplo de cómo escuchar la Palabra de Dios. Su obediencia está en la raíz de la salvación. Aquel día, en aquel "sí", se revertía la desobediencia de los progenitores y comenzaba el tiempo de la redención. Junto a María aprendemos a acoger el Evangelio en nuestro corazón. Participaremos así en el misterio de la salvación.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.