ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 6 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 12,18-27

Se le acercan unos saduceos, esos que niegan que haya resurrección, y le preguntaban: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno y deja mujer y no deja hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos: el primero tomó mujer, pero murió sin dejar descendencia; también el segundo la tomó y murió sin dejar descendencia; y el tercero lo mismo. Ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos, murió también la mujer. En la resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete la tuvieron por mujer.» Jesús les contestó: «¿No estáis en un error precisamente por esto, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos. Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis en un gran error.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Es el último debate de Jesús en el templo. Jesús habla con los saduceos sobre el tema de la resurrección. Es bien sabido que este grupo de israelitas no creía en la resurrección después de la muerte. Y ahondan en un ejercicio teórico sobre el matrimonio - tal como establecen las disposiciones mosaicas sobre el levirato- que lleva inevitablemente al absurdo. Su disquisición les lleva a concluir que la resurrección de los muertos es imposible. Hay que decir que la fe en la resurrección es más bien una creencia tardía en el judaísmo y algunos, como los saduceos, no compartían dicha convicción. Con el cristianismo, y sobre todo con la resurrección de Jesús de entre los muertos, se admitirá el misterio de la resurrección de los muertos. En cualquier caso Jesús no responde en el plano de la racionalidad teórica al que le quieren llevar, sino en el plano de las Escrituras y del poder de Dios. Y afirma claramente la resurrección de los muertos. Jesús recuerda ante todo las palabras que el mismo Dios dirigió a Moisés desde la zarza ardiente cuando le dijo que era el Señor de los vivos y de los muertos. Dios no dijo que era Señor solo de los vivos, sino también de los muertos. Con dicha afirmación quería manifestar su dominio sobre sus hijos tanto en la vida como en la muerte: «No es un Dios de muertos, sino de vivos». Y a partir de estas palabras, Jesús amplía la visión y abre un resquicio en la vida tras la muerte: los creyentes, libres de los vínculos de la carne, vivirán «como ángeles», es decir, impulsados por el Espíritu. Pero ya en esta tierra podemos vivir una vida plena y libre si acogemos su Palabra en nuestro corazón. Jesús lo dirá varias veces después del conocido discurso de Cafarnaún: «Este es el pan bajado del cielo; no como aquel que comieron vuestros antepasados, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre» (Jn 6,58).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.