ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 7 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 12,28b-34

Jesús le contestó: «El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos.» Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que El es único y que no hay otro fuera de El, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.» Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios.» Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Un escriba, buen conocedor de la Ley, se acerca a Jesús y le pregunta cuál es el primero de los mandamientos. Aquel escriba se acerca a Jesús con un corazón sincero, no para ponerlo a prueba sino para saber qué pensaba sobre aquella cuestión. porque todo hombre sabio sabe que no puede ser su propio maestro. Todos necesitamos aprender. Por eso continuamos pidiéndole al Señor que nos abra la mente al sentido de las Escrituras. El escriba, pues, pregunta cuál es el primero de los mandamientos. Y Jesús contesta que «el primer mandamiento» es amar a Dios y el «segundo mandamiento», amar al prójimo. Son dos amores, pero en realidad están íntimamente ligados. Están tan unidos entre sí que se podría decir que son un solo amor. Más tarde el apóstol Juan escribirá en su primera Epístola: «Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4,20). Y Pablo verá en el amor al prójimo la plenitud de la Ley: «Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley» (Rm 13,8). Jesús que amó a Dios por encima de todo, más incluso que su propia vida, y que amó a los hombres por encima de todo, más incluso que su propia vida, nos ofrece el ejemplo más alto del mandamiento del amor: amar a Dios y al prójimo con una pasión sin límites. Aquel escriba, satisfecho con la respuesta de Jesús, oyó que este le decía que no estaba lejos del reino de Dios. Nosotros, que hemos recibido mucho más que aquel escriba, muchas veces no solo no estamos satisfechos, sino que mantenemos la dureza de nuestro corazón. Aprendamos al menos del escriba a estar dispuestos a pedir y a admitir con prontitud las enseñanzas de Jesús

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.