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Memoria de la Madre del Señor
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Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de los atentados terroristas de 2001 en EEUU; recuerdo de las víctimas del terrorismo y de la violencia, y oración por la paz. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 11 de septiembre

Recuerdo de los atentados terroristas de 2001 en EEUU; recuerdo de las víctimas del terrorismo y de la violencia, y oración por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 6,12-19

Sucedió que por aquellos días se fue él al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor. Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús elige a sus más estrechos colaboradores, aquellos que le deberán ayudar a anunciar el Evangelio. La iniciativa, sin embargo, viene del Padre. Jesús no hace nada sin el Padre. Por eso antes de tomar esa decisión pasa toda la noche rezando. Para Jesús, y aún más para cualquier comunidad cristiana, la oración es el origen de toda decisión, de toda acción. Podríamos decir que la oración es la primera obra que lleva a cabo Jesús, la que sirve de base para todas las demás. Al llegar la mañana, Jesús llamó consigo a los que quiso, uno por uno, por su nombre. La comunidad de los discípulos de Jesús, toda comunidad cristiana, no es un grupo anónimo, no es una asamblea cualquiera formada por personas sin nombre y, por tanto, sin amor. Eso indica que la amistad y la fraternidad son la base de la comunión. Esta mana del llamamiento de Jesús, de la obediencia a su Palabra. El nombre no es el de siempre, sino que nos lo da el mismo Jesús. Él nos da un nuevo corazón, una nueva tarea, una nueva historia. Simón recibe el nombre de Pedro, es decir, roca, cimiento. El Evangelio llama a todo discípulo a una nueva vocación, a edificar un mundo nuevo. Por eso cada discípulo recibe un nuevo nombre, una vida nueva, más activa, más dedicada al servicio del amor y de la construcción de un mundo más justo. Jesús, con el grupo de los Doce apenas constituido, baja del monte y se encuentra rápidamente frente a una gran muchedumbre proveniente de todas partes. Esta imagen evangélica debería ser la de toda comunidad cristiana. Todos deben estar presentes ante nuestros ojos. Muchos, en efecto, son personas cansadas, enfermas, necesitadas, a menudo olvidadas. Y deberían correr hacia nosotros, del mismo modo que acudían hacia Jesús.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.