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Oración por la Paz
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En la Basílica de Santa María de Trastévere se reza por la paz. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 17 de septiembre

En la Basílica de Santa María de Trastévere se reza por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 7,1-10

Cuando hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. Se encontraba mal y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. Estos, llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo: «Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga.» Iba Jesús con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el centurión a unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: "Vete", y va; y a otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace.» Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: «Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande.» Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al siervo sano.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Un centurión romano, un pagano, a pesar de ser el representante del opresor, demuestra una atención especial para con los judíos, hasta el punto de que las ha ayudado a construir la sinagoga de la ciudad. Está muy preocupado por la grave enfermedad que sufría uno de sus siervos. En cuanto pagano, sabe que no puede atreverse a acercarse a aquel maestro. Por eso les pide a algunos notables judíos de la ciudad que vayan a ver a Jesús para pedirle que cure a aquel siervo suyo. Aquellos van a ver a Jesús e interceden por el centurión, por quien tuvieron palabras de gran estima a causa de su ayuda a la ciudad. En este soldado romano sobresalen tres actitudes: el amor por su siervo (lo trata como a un hijo), la gran confianza en el joven profeta de Nazaret y la indignidad que siente ante Jesús. Mientras Jesús se está acercando a su casa, envía a otros amigos a decirle que no se moleste más. Su fe le hace pronunciar aquellas palabras que todos los cristianos todavía hoy repetimos durante la liturgia eucarística: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano». Aquel centurión, pagano, se convierte en la imagen del verdadero creyente, es decir, aquel que reconoce su indignidad y que cree en la fuerza de la palabra de Jesús: basta una sola palabra suya para salvar y ser salvado. Por el contrario, nosotros estamos obsesionados por multiplicar las palabras pensando que nuestras palabras mueven el corazón del Señor o cambian las cosas. Jesús es la «Palabra» del Padre: él es quien cura, quien salva. Las palabras que salen de la boca de Jesús tienen la fuerza de Dios y de su amor sin límites.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.