ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Los judíos celebran el Yom Kipur (Día de la expiación) Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 18 de septiembre

Los judíos celebran el Yom Kipur (Día de la expiación)


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 7,11-17

Y sucedió que a continuación se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: «No llores.» Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él dijo: «Joven, a ti te digo: Levántate.» El muerto se incorporó y se puso a hablar, y él se lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Y lo que se decía de él, se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Un joven, hijo único de una madre viuda, muere. Para aquella madre es como si la vida se hubiera roto. Cualquier posibilidad de esperanza parece desvanecerse definitivamente. Ya no se puede hacer nada ni por aquel hijo ni por aquella madre, más que enterrar a uno y acompañar a la otra, consolándola por su dolor. Jesús, al ver aquel cortejo fúnebre que sale por la puerta de la ciudad de Naín en dirección al cementerio, se conmueve por aquella madre. El evangelista destaca que Jesús «se compadeció de ella». El cortejo, al ver que Jesús se acerca a la madre, se detiene. Jesús le dice que no llore, y luego dice al joven muerto: «Joven, a ti te digo: Levántate». Jesús le habla como si estuviera vivo. Y aquel joven, que parece oír la voz de Jesús, se levanta y empieza a hablar. La palabra del Evangelio siempre es eficaz. Hoy día son muchos los jóvenes que viven como muertos, es decir, sin esperanza por su futuro. Les han robado la esperanza en un mundo mejor. La sociedad muchas veces es madrastra y padrastra con ellos, y terminan solos y desorientados en un mundo sin futuro. Esperan que alguien se pare a su lado y le diga directamente: «Joven, a ti te digo: Levántate». El Evangelio nos ayuda a tener esperanza y a trabajar por ellos. Los jóvenes necesitan a alguien que se pare a su lado, que les toque como hizo Jesús con aquel joven y que sepa decirles palabras verdaderas, fuertes, firmes y llenas de esperanza. Si las palabras salen de un corazón lleno de conmoción, como el de Jesús, serán escucharlas. De esta compasión fuerte y audaz nacerán también para nosotros las palabras que devuelven la esperanza a los niños y a los jóvenes de hoy.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.