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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

VI de Pascua
El pueblo gitano, incluido el de fe musulmana, celebra san Jorge († 303 aprox.), que murió mártir para liberar a la Iglesia
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 6 de mayo

VI de Pascua
El pueblo gitano, incluido el de fe musulmana, celebra san Jorge († 303 aprox.), que murió mártir para liberar a la Iglesia


Primera Lectura

Hechos de los Apóstoles 10,25-26.34-35.44-48

Cuando Pedro entraba salió Cornelio a su encuentro y cayó postrado a sus pies. Pedro le levantó diciéndole: «Levántate, que también yo soy un hombre.» Entonces Pedro tomó la palabra y dijo: «Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato. Estaba Pedro diciendo estas cosas cuando el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban la Palabra. Y los fieles circuncisos que habían venido con Pedro quedaron atónitos al ver que el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles, pues les oían hablar en lenguas y glorificar a Dios. Entonces Pedro dijo: «¿Acaso puede alguno negar el agua del bautismo a éstos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros?» Y mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo. Entonces le pidieron que se quedase algunos días.

Salmo responsorial

Salmo 97 (98)

Cantad a Yahveh un canto nuevo,
porque ha hecho maravillas;
victoria le ha dado su diestra
y su brazo santo.

Yahveh ha dado a conocer su salvación,
a los ojos de las naciones ha revelado su justicia;

se ha acordado de su amor y su lealtad
para con la casa de Israel.
Todos los confines de la tierra han visto
la salvación de nuestro Dios.

¡Aclamad a Yahveh, toda la tierra,
estallad, gritad de gozo y salmodiad!

Salmodiad para Yahveh con la cítara,
con la cítara y al son de la salmodia;

con las trompetas y al son del cuerno aclamad
ante la faz del rey Yahveh.

Brama el mar y cuanto encierra,
el orbe y los que le habitan;

los ríos baten palmas,
a una los montes gritan de alegría,

ante el rostro de Yahveh, pues viene
a juzgar a la tierra;
él juzgará al orbe con justicia,
y a los pueblos con equidad.

Segunda Lectura

Primera Juan 4,7-10

Queridos,
amémonos unos a otros,
ya que el amor es de Dios,
y todo el que ama
ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios,
porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene;
en que Dios envió al mundo a su Hijo único
para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor:
no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo
como propiciación por nuestros pecados.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 15,9-17

Como el Padre me amó,
yo también os he amado a vosotros;
permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor,
como yo he guardado los mandamientos de mi Padre,
y permanezco en su amor. Os he dicho esto,
para que mi gozo esté en vosotros,
y vuestro gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío:
que os améis los unos a los otros
como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor
que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos,
si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos,
porque el siervo no sabe lo que hace su amo;
a vosotros os he llamado amigos,
porque todo lo que he oído a mi Padre
os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí,
sino que yo os he elegido a vosotros,
y os he destinado
para que vayáis y deis fruto,
y que vuestro fruto permanezca;
de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre
os lo conceda. Lo que os mando es
que os améis los unos a los otros.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

"Amémonos unos a otros". Es el imperativo que el apóstol Juan no se cansa de dirigir a su comunidad. Él sabe bien hasta qué punto el amor es central en la vida de cada comunidad cristiana. Lo ha aprendido directamente de Jesús y ha tenido experiencia personal de ello. Las Sagradas Escrituras no son sino la narración de la historia del amor de Dios por los hombres. Página tras página, descubrimos a un Dios que parece no resignarse hasta encontrar reposo en el corazón del hombre. Podríamos parafrasear para el Señor la afirmación que san Agustín aplicaba al hombre: Inquietum est cor meum... Davide Maria Turoldo ha hablado del "corazón inquieto de Dios", que bajó a la tierra para buscar y salvar lo que estaba perdido, para dar la vida a lo que ya no la tenía. Es un Dios que se hace mendigo, mendigo de amor. En verdad, mientras Él extiende la mano para pedir amor, lo ofrece a los hombres. Este es el amor cristiano: Dios que desciende, gratuitamente, a lo bajo de la vida de los hombres para alcanzar lo amado. Sí, Dios está inquieto hasta que encuentra al hombre, hasta que le toca el corazón; y está tan inquieto "como para dar a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16).
Si la Escritura entera es la historia del amor de Dios sobre la tierra, los Evangelios muestran el culmen de ella. Por tanto, si queremos balbucear algo del amor de Dios, si queremos darle un rostro y un nombre, podemos decir que el amor es Jesús. El amor es todo lo que Jesús ha dicho, vivido, hecho, amado, padecido... El amor es buscar a los enfermos, es tener como amigos a pecadores y pecadoras conocidos, a samaritanos y samaritanas, a gente lejana, enemiga y refugiada. El amor es dar la propia vida por todos, es quedarse solos para no traicionar al Evangelio, es tener como primer compañero en el paraíso a un condenado a muerte, al ladrón arrepentido. Jesús nos ha dado el ejemplo de ello sobre todo con su propia vida, entonces puede decir a los discípulos "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor" (Jn 15,9); La relación existente entre el Padre y el Hijo es puesta como modelo y fuente del amor cristiano. Cierto, no puede nacer de nosotros un amor así, pero podemos recibirlo de Dios. Si es acogido, genera una fraternidad amplia, universal, que no conoce enemigos, en resumen, genera una nueva comunidad de hombres y mujeres, donde el amor de Dios se entrecruza, casi hasta identificarse, con el amor mutuo; de hecho, uno es causa del otro. A un conocido teólogo ruso le encantaba decir: "No permitas que tu alma olvide este lema de los antiguos maestros del espíritu: ¡después de Dios, considera a cada hombre como Dios!". Este tipo de amor es el signo distintivo del que es generado por Dios, pero no es propiedad adquirida una vez por todas, ni pertenece por derecho a este o aquel grupo. El amor de Dios no conoce límites ni confines de ningún tipo; supera el tiempo y el espacio; rompe toda barrera de etnia, cultura, nación, incluso de fe, como se lee en los Hechos de los Apóstoles cuando el Espíritu llenó hasta la casa del pagano Cornelio. El ágape es eterno; todo pasa, incluso la fe y la esperanza, pero el amor permanece para siempre, ni siquiera la muerte lo destruye, al contrario, es más fuerte que ella. Jesús puede concluir con razón: "Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado" (Jn 15,11).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.