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Liturgia del domingo
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 25 de noviembre

Fiesta de Cristo Rey del universo


Primera Lectura

Daniel 7,13-14

Yo seguía contemplando en las visiones de la noche:
Y he aquí que en las nubes del cielo venía
como un Hijo de hombre.
Se dirigió hacia el Anciano
y fue llevado a su presencia. A él se le dio imperio,
honor y reino,
y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron.
Su imperio es un imperio eterno,
que nunca pasará,
y su reino no será destruido jamás.

Salmo responsorial

Psaume 92 (93)

Reina Yahveh, de majestad vestido,
Yahveh vestido, ceñido de poder,
y el orbe está seguro, no vacila.

Desde el principio tu trono esta fijado,
desde siempre existes tú.

Levantan los ríos, Yahveh,
levantan los ríos su voz,
los ríos levantan su bramido;

más que la voz de muchas aguas
más imponente que las ondas del mar,
es imponente Yahveh en las alturas.

Son veraces del todo tus dictámenes;
la santidad es el ornato de tu Casa,
oh Yahveh, por el curso de los días.

Segunda Lectura

Apocalipsis 1,5-8

y de parte de Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados y ha hecho de nosotros un Reino de Sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Mirad, viene acompañado de nubes: todo ojo le verá, hasta los que le traspasaron, y por él harán duelo todas las razas de la tierra. Sí. Amén. Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, «Aquel que es, que era y que va a venir», el Todopoderoso.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 18,33b-37

Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?» Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?» Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo.
Si mi Reino fuese de este mundo,
mi gente habría combatido
para que no fuese entregado a los judíos:
pero mi Reino no es de aquí.» Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?» Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey.
Yo para esto he nacido
y para est he venido al mundo:
para dar testimonio de la verdad.
Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Hoy es la fiesta del Señor, rey del universo. ¡Realmente su reino no es de este mundo! El Evangelio, efectivamente, nos habla de un hombre muy débil, despojado de todo, pobre, cuya vida depende por completo de otros. ¿Cómo se puede pensar que un hombre en estas condiciones sea rey de algo? No tiene aspecto alguno de poder. En nuestro mundo, donde lo que cuenta es lo que uno muestra, ¿cómo podemos fiarnos de un hombre así, que muestra exactamente lo contrario de la fuerza? Incluso los que pasan delante de él pueden burlarse, hasta el punto de que estando condenado a muerte le echan en cara su fracaso gritándole: «¡Sálvate a ti mismo!». Nosotros buscamos a los fuertes, a menudo los cortejamos, fácilmente lo sabemos todo de ellos (¡y quizás no sabemos nada de nuestro vecino!) porque pensamos que nos dan protección, éxito, seguridad, reconocimiento y bienestar. ¡Pero alguien como Jesús no nos puede satisfacer! Al contrario, lo evitamos, porque nos recuerda nuestra débil humanidad. ¿Cómo puede ser rey? Y sin embargo, le dice a Pilato: «Tú lo dices; yo soy rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo». Jesús es rey porque sirve y ama. Es rey, porque solo el amor manda realmente y es el verdadero poder sobre la creación, el único que puede entenderla y no echarla a perder. Es rey porque es hijo. Es rey no sobre los demás o contra los demás, sino junto y para los demás. Es rey porque no hay nada que pueda resistir al amor. Por eso él es el alfa y la omega, la primera y la última letra, tal como está escrito en el libro del Apocalipsis.
Su fuerza, la única que importa y que queda en la vida, es la del amor. Por eso es el más fuerte entre los fuertes de la tierra, por eso es rey del universo. Nos pide también a nosotros que confiemos en la fuerza de amar, que no la vaciemos de sentimientos, de inteligencia y de corazón: nos pide que no renunciemos por miedo, que no pensemos que es demasiado poco. Jesús, débil, manso y humilde de corazón, es rey para que todos nosotros, que somos débiles y necesitados, que somos poco, podamos vencer con él al maligno, enemigo de la vida y del amor. También nosotros podemos ser suyos. Su reino pasa por este mundo, por nuestros corazones. Quien no pertenece a él termina siendo esclavo de la lógica de los reyes o de la seducción del poder y de la espada. Es hermoso y dulce pertenecer a él, porque en su reino de amor todo es nuestro, sin límites. «Ama y haz lo que quieras.» Porque el poder del amor, como dice el profeta Daniel, dura eternamente, no pasa nunca. Los numerosos reyes de este mundo terminan, pasan, del mismo modo que su fuerza. Se revelan despreciables, caducos, vulgares, llenos de obsesiones. Su reino no termina. Señor, rey del universo, ven pronto a secar las lágrimas de los hombres, a liberar del mal, del odio, de la violencia y de la guerra. Que venga pronto tu reino de paz y de justicia. Enséñanos a pertenecer a ti, a no tener miedo, a ser fuertes y libres en el amor, débiles como somos, débiles como tú, Señor, que eres un rey débil y has derrotado al mal. A ti gloria y poder, por los siglos de los siglos. Amén.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.