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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

XXVI del tiempo ordinario
Festividad de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. La Iglesia etíope, una de las primeras de África, venera a san Miguel como su protector.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 29 de septiembre

XXVI del tiempo ordinario
Festividad de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. La Iglesia etíope, una de las primeras de África, venera a san Miguel como su protector.


Primera Lectura

Amós 6,1.4-7

¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sión,
y de los confiados en la montaña de Samaria,
los notables de la capital de las naciones,
a los que acude la casa de Israel! Acostados en camas de marfil,
arrellanados en sus lechos,
comen corderos del rebaño
y becerros sacados del establo, canturrean al son del arpa,
se inventan, como David, instrumentos de música, beben vino en anchas copas,
con los mejores aceites se ungen,
mas no se afligen por el desastre de José. Por eso, ahora van a ir al cautiverio a la cabeza de los cautivos
y cesará la orgía de los sibaritas.

Salmo responsorial

Salmo 145 (146)

¡Alaba a Yahveh, alma mía!
A Yahveh, mientras viva, he de alabar,
mientras exista salmodiaré para mi Dios.

No pongáis vuestra confianza en príncipes,
en un hijo de hombre, que no puede salvar;

su soplo exhala, a su barro retorna,
y en ese día sus proyectos fenecen.

Feliz aquel que en el Dios de Jacob tiene su apoyo,
y su esperanza en Yahveh su Dios,

que hizo los cielos y la tierra,
el mar y cuanto en ellos hay;
que guarda por siempre lealtad,

hace justicia a los oprimidos,
da el pan a los hambrientos,
Yahveh suelta a los encadenados.

Yahveh abre los ojos a los ciegos,
Yahveh a los encorvados endereza,
Ama Yahveh a los justos,

Yahveh protege al forastero,
a la viuda y al huérfano sostiene.
mas el camino de los impíos tuerce;

Yahveh reina para siempre,
tu Dios, Sión, de edad en edad.

Segunda Lectura

Primera Timoteo 6,11-16

Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de estas cosas; corre al alcance de la justicia, de la piedad, de la fe, de la caridad, de la paciencia en el sufrimiento, de la dulzura. Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y de la que hiciste aquella solemne profesión delante de muchos testigos. Te recomiendo en la presencia de Dios que da vida a todas las cosas, y de Jesucristo, que ante Poncio Pilato rindió tan solemne testimonio, que conserves el mandato sin tacha ni culpa hasta la Manifestación de nuestro Señor Jesucristo, Manifestación que a su debido tiempo hará ostensible el Bienaventurado y único Soberano,
el Rey de los reyes y el Señor de los señores, el único que posee Inmortalidad,
que habita en una luz inaccesible,
a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver.

A él el honor y el poder por siempre. Amén.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 16,19-31

«Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. «Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: "Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama." Pero Abraham le dijo: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros." «Replicó: "Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento." Díjole Abraham: "Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan." El dijo: "No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán." Le contestó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite."»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

"Ya tienen a Moisés y a los profetas: que les hagan caso", dice Abrahán en la parábola del pobre Lázaro. Hoy es el domingo del pobre Lázaro, aquel que yace junto al portal del rico, cubierto de llagas, deseoso de hartarse de lo que caía de la mesa. Y es también la fiesta de la Palabra de Dios, aquella palabra que Dios quiso darnos con "Moisés y los profetas" para que todos pudiéramos salvarnos. Es la palabra de Dios que nos permite encontrar hoy a los muchos pobres lázaros que hay, nos enseña a conmovernos por sus llagas y a escandalizarnos por su hambre. Fijémonos en él, porque Lázaro nos recibirá en el cielo, intercederá por nosotros. "Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber". Jesús quiere que los hombres no vivan despreocupados, que no se sientan "seguros", como vividores, como dice el profeta Amós. Cuando "nos confiamos" aceptamos un mundo de sufrimiento y cavamos un foso de amor que ya no se puede superar. Lo contrario de un corazón que se confía y es superficial no es una vida de héroe o agitada: es un corazón humano y bueno.
"Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas." Aquel hombre, sin nombre, no es descrito como un derrochador, ni tampoco como un explotador de sus siervos. Es alguien como los demás y se comporta igual que los de su clase: vive su riqueza de manera confiada y ni siquiera ve a aquel pobre llamado Lázaro que, a su puerta y "cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico". Tras la muerte de los dos protagonistas, se abre un escenario totalmente distinto. Pero esta vez se ve claramente cuál es el pensamiento de Dios y su juicio. Tanto el rico como Lázaro son hijos de Abrahán. Lázaro se sienta con este en el banquete celestial; el rico, en cambio, no es aceptado en los tabernáculos eternos y cae al lugar de tormento.
El rico y el pobre mueren. Y el mundo se invierte. Como en las bienaventuranzas. Jesús no asusta, sino que tranquiliza a los hombres. Pero el Señor intenta explicar la vida tal como realmente es. Revela al rico que la alegría y el futuro no están en la riqueza. Y que sin el otro, uno se queda solo y construye un infierno. ¿Qué se puede hacer? ¿Hay esperanza para el rico? ¿Puede cambiar el rico? Esta pregunta angustia enormemente a Jesús. "Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un rico entre en el Reino de los cielos", dirá. Amó a aquel hombre rico, pero no fue amado. ¿Qué se puede hacer? Debemos colmar muchos abismos de ignorancia, de distancia, de ausencia de palabras, de manos que no se tienden, de consuelo que es negado. Colmemos estos abismos, como hizo el administrador deshonesto, invirtiendo en misericordia; como el samaritano, que con la compasión ama a un desconocido y lo convierte en su prójimo. Describiendo la respuesta de Abrahán al rico, Jesús parece insistir en la idea de que no necesitamos hechos milagrosos para convertir nuestro corazón, para colmar estos abismos. Basta con el Evangelio, que abre el corazón de los hombres y lo convierte en humano y cercano a los demás. Por eso hoy damos gracias por el don de la Palabra de Dios que nos permite reconocer a Lázaro como nuestro hermano y tener con él un nombre y una historia que nos lleva a la Salvación.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.