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Oración de la Vigilia
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Oración de la Vigilia

Fiesta del Cristo negro de Esquipulas, en Guatemala, venerado en toda América Central. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración de la Vigilia
Sábado 15 de enero

Fiesta del Cristo negro de Esquipulas, en Guatemala, venerado en toda América Central.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Samuel 9,1-4.17-19.26; 10,1

Había un hombre de Benjamín, llamado Quis, hijo de Abiel, hijo de Seror, hijo de Bekorat, hijo de Afiaj. Era un benjaminita y hombre bien situado. Tenía un hijo llamado Saúl, joven aventajado y apuesto. Nadie entre los israelitas le superaba en gallardía; de los hombros arriba aventajaba a todos. Se habían extraviado unas asnas pertenecientes a su padre Quis. Dijo Quis a su hijo Saúl: "Toma contigo uno de los criados y vete a buscar las asnas." Atravesaron la montaña de Efraím y cruzaron el territorio de Salisá sin encontrar nada; cruzaron el país de Saalim, pero no estaban allí, atravesaron el país de Benjamín sin encontrar nada. Y cuando Samuel vio a Saúl, Yahveh le indicó: "Este es el hombre del que te he hablado. El regirá a mi pueblo." Saúl se acercó a Samuel en medio de la puerta, y le dijo: "Indícame, por favor, dónde está la casa del vidente." Samuel respondió a Saúl: Yo soy el vidente; sube delante de mí al alto y comeréis hoy conmigo. Mañana por la mañana te despediré y te descubriré todo lo que hay en tu corazón. y se acostó. Cuando apuntó el alba, llamó Samuel a Saúl en el terrado y le dijo: "Levántate, que voy a despedirte." Se levantó Saúl y salieron ambos afuera, Samuel y Saúl. Tomó Samuel el cuerno de aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl, y después le besó diciendo: "¿No es Yahveh quien te ha ungido como jefe de su pueblo Israel? Tú regirás al pueblo de Yahveh y le librarás de la mano de los enemigos que le rodean. Y ésta será para ti la señal de que Yahveh te ha ungido como caudillo de su heredad.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Señor se deja conmover por la situación triste de su pueblo. E interviene moviendo los hilos de acontecimientos que aparentemente son secundarios, como en este caso, con personalidades menores. En realidad, el Señor se sirve precisamente de cosas "menores" para que se manifieste que la obra es totalmente suya. La elección de Saúl sigue también esta lógica. Así actúa Dios. El misterio de la Navidad que hace poco hemos celebrado está marcado por la periferia y la pequeñez: Dios mismo se hace niño. Ese ha sido siempre el estilo de Dios. Dios advierte a Samuel el día antes. Y cuando se encuentra con Saúl tiene lugar la investidura. No se trata de un rito esotérico y misterioso, todo ocurre en la normalidad y en la riqueza de las relaciones: el plan de Dios se realiza en el encuentro, en el hablar directo. Saúl no conoce a Samuel y no se vale de recursos especiales para descubrirlo. Se cerciora de que no es un "vidente" sino un profeta, un hombre de Dios. Primero pregunta a las muchachas, y luego a un desconocido que encuentra por la calle. Samuel tampoco conoce a Saúl, pero confía que el Señor le mostrará al elegido. Saúl busca las asnas que había perdido y va donde un profeta; quiere recompensarlo por la ayuda que pueda darle, pero en lugar de eso lo invitan a un banquete y a pasar la noche en el lugar; quiere tener noticias de sus asnas extraviadas y recibe la seguridad de todo lo que piensa; no tiene nada (el dinero es del criado) y le dicen que "lo mejor de Israel" le pertenece a él y a su familia. En la conversación con Samuel, Saúl pregunta cómo es posible que "lo mejor de Israel" le pertenezca a él, un miembro de la tribu más pequeña y de la familia menos importante de aquella tribu. La pregunta no obtiene respuesta, pero Samuel lo hace sentar en el sitio más importante del banquete. En aquella cena, alrededor de una misma mesa, se establece un lazo de amor y de fraternidad. En la Biblia la amistad forma parte integrante de la fe de los creyentes o, mejor dicho, es el modo de vivir la fe con Dios y entre nosotros.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.