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Oración por los enfermos
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Oración por los enfermos

En la Basílica de Santa María de Trastevere de Roma se reza por los enfermos. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 3 de octubre

En la Basílica de Santa María de Trastevere de Roma se reza por los enfermos.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gálatas 1,6-12

Me maravillo de que abandonando al que os llamó por la gracia de Cristo, os paséis tan pronto a otro evangelio - no que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren deformar el Evangelio de Cristo -. Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema! Como lo tenemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, ¡sea anatema! Porque ¿busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O es que intento agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo. Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí, no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo escribe a las "iglesias de Galacia" -la región central de la actual Turquía- y se presenta destacando especialmente su autoridad de apóstol. Les escribe porque le preocupa el error en el que han caído. Algunos malos maestros les han convencido de que pasen a un Evangelio distinto del que él les había predicado, a saber, que la Salvación viene solo por la fe en Jesús, único salvador. El apóstol está dispuesto a mantener la integridad del "Evangelio de Cristo". Él mismo -afirma el apóstol- es el primero en obedecer el Evangelio que ha recibido de Jesucristo. Es radicalmente falso lo que los malos maestros quieren hacer creer de él para desacreditarlo: que solo quiere "el favor de los hombres". El apóstol reivindica claramente querer únicamente "el favor de Dios", precisamente porque predica solo lo que ha recibido de Jesús. De no ser así -escribe el apóstol- "no sería siervo de Cristo". Para Pablo, el enviado de Cristo está llamado a servirle, es decir, a administrar la riqueza y la novedad de la fe en Cristo como único salvador. Quien no acepta la fe en realidad no acepta a Jesús como a su salvador. No es un problema simplemente de doctrina, sino de decidir confiar solo en Jesús que salva. Ser "siervo de Cristo" significa obedecerle y llevar a cabo la tarea que confía a cada discípulo. Para Pablo dicha tarea es, ante todo, "comunicar el Evangelio", como escribe siempre a los corintios: "Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. ¡Ay de mí si no predico el Evangelio!" (1 Co 9,16)

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.