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Oración por los pobres
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Oración por los pobres

Recuerdo de la muerte de Gandhi, asesinado en 1948 en Nueva Delhi. Con él recordamos a todos los que, en nombre de la no violencia, trabajan por la paz. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por los pobres
Lunes 30 de enero

Recuerdo de la muerte de Gandhi, asesinado en 1948 en Nueva Delhi. Con él recordamos a todos los que, en nombre de la no violencia, trabajan por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 11,32-40

Y ¿a qué continuar? Pues me faltaría el tiempo si hubiera de hablar sobre Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas. Estos, por la fe, sometieron reinos, hicieron justicia, alcanzaron las promesas, cerraron la boca a los leones; apagaron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada, curaron de sus enfermedades, fueron valientes en la guerra, rechazando ejércitos extranjeros; las mujeres recobraban resucitados a sus muertos. Unos fueron torturados, rehusando la liberación por conseguir una resurrección mejor; otros soportaron burlas y azotes, y hasta cadenas y prisiones; apedreados, torturados, aserrados, muertos a espada; anduvieron errantes cubiertos de pieles de oveja y de cabras; faltos de todo; oprimidos y maltratados, ¡hombres de los que no era digno el mundo!, errantes por desiertos y montañas, por cavernas y antros de la tierra. Y todos ellos, aunque alabados por su fe, no consiguieron el objeto de las promesas. Dios tenía ya dispuesto algo mejor para nosotros, de modo que no llegaran ellos sin nosotros a la perfección.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El autor de la Carta prosigue la historia de los ejemplos de creyentes con la experiencia del sacrificio de Isaac. Es una página que muestra a Abrahán obediente a Dios aunque no comprenda el sentido profundo de la petición que se le ha dirigido. El creyente es el que confía en Dios aunque no comprenda, sabiendo sin embargo que en todo caso no será abandonado. Abrahán cree que si Dios le pide el sacrificio de Isaac sabrá también devolvérselo. En efecto -advierte el autor- "poderoso era Dios aun para resucitarlo de entre los muertos" (11, 19). Esta fe tan sólida movió también a los patriarcas Isaac, Jacob y José. Ellos bendijeron a sus hijos desde el lecho de muerte, asegurándoles la promesa de Dios. También la vida de Moisés estuvo acompasada por la fe. Por esto afrontó al faraón y, sin temor, condujo fuera de Egipto al pueblo. En esta historia de Moisés los cristianos podían encontrar su historia. También ellos eran amenazados con graves penas por las leyes imperiales y debían soportar injusticias y humillaciones. Pero la fe permite superar las dificultades. Sin un orden cronológico o lógico preciso, el autor hace después una lista sumaria de los "éxitos" obtenidos por fe: se trata de empresas heroicas, de victorias militares, de éxitos políticos y de la resurrección de los muertos. Es una invitación a los creyentes para que recuerden la fuerza de la fe que actúa en la historia. Por lo demás, también Jesús dijo que una fe pequeña como un grano de mostaza "puede mover montañas" (cfr. Mc 11,23). Por eso los cristianos no deben resignarse ante la violencia del mal: la fe es más fuerte. Aun cuando la violencia se abate sobre ellos, la fe les salvará. El autor recuerda, como en un martirologio, a los creyentes que fueron perseguidos. Ellos aceptaron la muerte por la fe, por su lazo con el Señor. Y concluye: "Y todos ellos, aunque alabados por su fe, no consiguieron el objeto de las promesas. Dios tenía dispuesto algo mejor para nosotros, de modo que no llegaran ellos sin nosotros a la perfección" (11,39-40). A los creyentes de la vieja alianza se les dio la promesa de una patria eterna, pero ninguno pudo entonces alcanzarla. Solo Jesús, sumo sacerdote e Hijo de Dios, ha abierto el camino para todos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.