ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Santa Cruz
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Santa Cruz
Viernes 31 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Jeremías 20,10-13

Escuchaba las calumnias de la turba:
"¡Terror por doquier!,
¡denunciadle!, ¡denunciémosle!" Todos aquellos con
quienes me saludaba
estaban acechando un traspiés mío:
"¡A ver si se distrae, y le podremos,
y tomaremos venganza de él!" Pero Yahveh está conmigo, cual campeón poderoso.
Y así mis perseguidores tropezarán impotentes;
se avergonzarán mucho de su imprudencia:
confusión eterna, inolvidable. ¡Oh Yahveh Sebaot, juez de lo justo,
que escrutas los riñones y el corazón!,
vea yo tu venganza contra ellos,
porque a ti he encomendado mi causa. Cantad a Yahveh,
alabad a Yahveh,
porque ha salvado la vida de un pobrecillo
de manos de malhechores.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este pasaje se toma de la última y más dramática de las "confesiones" de Jeremías. Tiene la forma de una oración del profeta tras haber sido azotado y encarcelado durante toda una noche. Jeremías habla del conflicto que se ha creado entre su misión profética y la oposición que encuentra. De hecho, se siente incomprendido y abandonado, no ve a su alrededor más que enemigos: incluso los amigos de antes ahora no hacen más que esperar su caída como si quisieran alegrarse de ella. Sin embargo, a pesar de la enemistad que le rodea, Jeremías no cae en el desaliento y refuerza su confianza en el Señor: "El Señor está conmigo, cual campeón poderoso. Y así mis perseguidores tropezarán impotentes". Las dificultades no le llevan a encerrarse en sí mismo, a albergar rencor y rabia. Queda a lo sumo la indignación por la dureza de corazón de los israelitas, la cual en realidad confirma a Jeremías que debe continuar su misión profética. Sabe que el Señor está a su lado y lo guiará sin abandonarlo nunca. En una perspectiva todavía veterotestamentaria, la oración del profeta desea la venganza contra los enemigos, que en una visión evangélica se convertirá en oración de perdón para que sean alcanzados por la misericordia de Dios y se conviertan a su voluntad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.