La infección antisemita que hay que frenar

La memoria es una vacuna para frenar la infección antisemita. Artículo de Marco Impagliazzo

Los responsables del estallido de esa enésima guerra en Oriente Próximo han apostado por el enfrentamiento sangriento, por la muerte de los “suyos” y de los “otros”, y al hacerlo quieren llevar al extremo la no aceptación del “otro”, que tantas tragedias ha provocado a lo largo de la historia. Quien cae en un abismo de atrocidad niega toda forma de reconocimiento a un pueblo que no sea el suyo, y de ese modo corta de raíz cualquier posibilidad de convivir: es imposible vivir juntos, es impracticable que dos estados vivan uno junto al otro tan cerca.
El rechazo de la convivencia es dramático en Tierra Santa, atormentada por la guerra estos días, pero en realidad se ha difundido por todo el mundo. Y si en el pasado, especialmente después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, vivimos oleadas de antiarabismo y de islamofobia, hoy asistimos nuevamente al resurgimiento del antisemitismo, un fuego que por desgracia mantiene sus rescoldos bajo las cenizas del prejuicio. Se convierte en una de las consecuencias directas de la guerra de Gaza, un ejemplo más de que los enfrentamientos generan siempre enfrentamientos y la violencia más violencia.
Nos hallamos ante un contagio antisemita que estalla con el engranaje del conflicto actual pero que en realidad asume rasgos bien conocidos y se repite y difunde desde hace generaciones. Lo que ocurrió en Daguestán, lo que ocurre en estos días en Estados Unidos, en Francia, en París, o en Roma, al igual que en otras ciudades europeas, son otras tantas señales de alarma que no hay que infravalorar. No hay que olvidar que el grave atentado contra la sinagoga de Roma de octubre de 1982 en el que murió Stefano Gaj Taché, un niño de dos años, y 40 judíos romanos más resultaron heridos, se produjo algunas semanas después de la invasión israelí del Líbano y de las masacres de Sabra y Shatila a manos de las facciones libanesas aliadas de Israel.
Si cualquier acto violento olvida la historia, la violencia antisemita oblitera también la realidad de los hechos al identificar a todo judío con Israel o, mejor dicho, con la política del Gobierno de Israel. «El antisemitismo no percibe la complejidad de Israel y la variedad del judaísmo internacional», dijo ayer Matteo Corradini en el periódico Avvenire. «Para el antisemita solo existe el judío que no ha cambiado a lo largo de los siglos, que no ha dejado de ser nefasto», añadió el estudioso. Y de ese modo un niño de dos años se vuelve en enemigo y se acepta el cortocircuito de la ideología nazi, monstruosa constricción del pensamiento que, basándose en el racismo, se alimenta de identificaciones, categorizaciones y generalizaciones.
Todo pueblo, toda  cultura tiene la tarea de purificarse de estas dinámicas. Por eso hoy es necesario expresar nuestra cercanía a las comunidades judías dispersas por el mundo que, comprensiblemente, están preocupadas por un clima de hostilidad creciente a su alrededor. Es necesario recordar y hablar de nuevo, distinguir y explicar, exaltar el valor de recordar. Sentimos la necesidad de hacerlo en las columnas de los periódicos, en las escuelas, en las universidades, en cualquier ámbito de nuestra sociedad.
Con la shoá se destruyó en Alemania, Polonia y en toda Europa el conviviente de siempre del europeo y del cristiano. Auschwitz, donde fue asesinado más de un millón de judíos, sigue siendo el monumento advertencia de hasta dónde puede llegar la deshumanización del otro. No obstante, del horror de aquel campo nació una nueva conciencia europea, que deja a un lado las lógicas racistas, nacionalistas, idealistas y generalizadoras.
Los peregrinajes de la memoria a Auschwitz o a cualquier de los demás campos de exterminio son fundamentales en la educación y en la conciencia de miles de jóvenes europeos. Por desgracia, como advertía Primo Levi en Los hundidos y los salvados, todo aquello «ocurrió, por tanto, puede ocurrir de nuevo: ese es el núcleo de cuanto tenemos por decir». La persecución, o todo lo que se le parezca ―seguía Levi―, «no espera más que el nuevo histrión que la organice, la legalice, la declare necesaria y conveniente e infecte el mundo».
Habrá que prestar atención para que las legítimas críticas a la acción de un Estado, de un gobierno o de un grupo, y la indignación por la masacre de civiles inocentes, no se conviertan en la ocasión y el pretexto para una nueva violencia contra una minoría. Se lo debemos a las comunidades judías, a las que nunca hay que dejar solas, y también nos lo debemos a nosotros mismos, para lograr evitar la infección racista, preservar nuestro pluralismo y no caer en la banalidad del mal que quiere la destrucción de la convivencia con el Otro. 

[Marco Impagliazzo]

[Traducción de la redacción]