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En la prisión de Mulanje, en Malawi, la Pascua celebrada con Sant'Egidio rompe las barreras de la división y siembra la paz

Hace unos años nació en la prisión de Mulanje, una ciudad del sur de Malawi, una comunidad formada por funcionarios de prisiones y presos que se reúnen en oración común y viven el espíritu de fraternidad de Sant'Egidio.

El lugar es pobre y está superpoblado: actualmente unas 500 personas están encarceladas en la prisión, divididas en una decena de grandes salas, donde la gente duerme en el suelo sobre palés improvisados: los pocos efectos personales están encerrados en bolsas de plástico colgadas del techo para no para ocupar y ahorrar un espacio precioso. Todas las celdas, dispuestas en cuadrilátero, dan a un patio interior que es el único espacio común para compartir el tiempo que se puede pasar fuera de la celda.

Aquí los guardias y los presos vivieron la Semana Santa junto con otros amigos de la Comunidad de Sant'Egidio que se unieron a ellos para la oración y la reflexión comunes.
La conferencia tuvo lugar en el patio interior de la prisión. Aquí se levantó una gran carpa que se convirtió en la "hermosa sala" de la conferencia, gracias a la cual la luz de la Resurrección pudo iluminar también la oscuridad de esta prisión africana.

La Comunidad de Sant'Egidio está presente en la prisión de Mulanje desde hace muchos años: ofrece ayuda concreta para la distribución de alimentos y otras necesidades básicas, y se han llevado a cabo importantes intervenciones de mantenimiento, como la renovación de los sanitarios y la instalación de tanques y bombas para el suministro de agua potable. Además, en un edificio exterior construido para realizar la "Formación Profesional", se imparten cursos de formación profesional (carpintería, fontanería, sastrería) que dan a los presos la oportunidad de aprender un oficio y ayudarles a reintegrarse a la sociedad al final de su condena.

Pero, sobre todo, nació una Comunidad, un ejemplo concreto de cómo la fraternidad que surge de la escucha del Evangelio y de la oración común puede romper la barrera -invisible pero aparentemente infranqueable- que separa a presos y funcionarios de prisiones: una semilla de esperanza y de paz.