ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Judit 1,1-16

El año doce del reinado de Nabucodonosor, que reinó sobre los asirios en la gran ciudad de Nínive, Arfaxad, que reinaba en aquel tiempo sobre los medos, en Ecbátana, rodeó esta ciudad con un muro de piedras de sillería que tenían tres codos de anchura y seis codos de longitud, dando al muro una altura de setenta codos y una anchura de cincuenta. Alzó torres de cien codos junto a las puertas, siendo la anchura de sus cimientos sesenta codos. Las puertas se elevaban a setenta codos de altura, con una anchura de cuarenta codos, para permitir la salida de sus fuerzas y el desfile ordenado de la infantería. Por aquellos días, el rey Nabucodonosor libró batallas contra el rey Arfaxad, en la gran llanura que está en el territorio de Ragáu. Se le unieron todos los habitantes de las montañas, todos los habitantes de Eufrates, del Tigris y del Hidaspes y los de la llanura de Arioj, rey de Elam. Se congregaron, pues, muchos pueblos, para combatir a los hijos de Jeleúd. Envió, además, Nabucodonosor, rey de Asiria, mensajeros a todos los habitantes de Persia, y a todos los habitantes de Occidente: a los de Cilicia, Damasco, el Líbano y el Antilíbano, y a todos los que viven en el litoral, a todos los pueblos del Carmelo y Galaad, de la Galilea superior y de la gran llanura de Esdrelón, a todos los de Samaría y sus ciudades, y a los del otro lado del Jordán, hasta Jerusalén, Batanea, Jelús, Cadés, el río de Egipto, Tafnes, Remeses y toda la tierra de Gósem, y hasta más arriba de Tanis y Menfis, a todos los habitantes de Egipto, hasta los confines de Etiopía. Pero los moradores de toda aquella tierra despreciaron el mensaje de Nabucodonosor, rey de los asirios, y no quisieron ir con él a la guerra, pues no le temían, sino que le consideraban un hombre sin apoyo. Así que despidieron a los mensajeros de vacío y afrentados. Nabucodonosor experimentó una gran cólera contra toda aquella tierra y juró por su trono y por su reino que tomaría venganza y pasaría a cuchillo todo el territorio de Cilicia, Damasco y Siria, y a todos los habitantes de Moab, a los ammonitas, a toda la Judea y a todos los de Egipto, hasta los confines de los dos mares. El año diecisiete libró batalla con su ejército contra el rey Arfaxad; le derrotó en el combate, poniendo en fuga a todas las fuerzas de Arfaxad, a toda su caballería y a todos sus carros; se apoderó de sus ciudades, llegó hasta Ecbátana, ocupó sus torres, devastó sus calles y convirtió en afrenta su hermosura. Alcanzó a Arfaxad en las montañas de Ragáu, lo atravesó con sus lanzas y le destruyó para siempre. Luego regresó con sus soldados y con una inmensa multitud de gente armada que se les había agregado. Y se quedó allí con su ejército, viviendo en la molicie, durante 120 días.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy empezamos la lectura continuada del libro de Judit. El autor sagrado abre la narración con una reflexión sobre el poder absoluto y sus pretensiones totalitarias. Dicho poder, en efecto, no tolera ni la más mínima oposición o diversidad. Los primeros siete capítulos del libro narran cómo este poder absoluto, personificado en Nabucodonosor, intenta instaurarse entre los hombres. Nabucodonosor representa al hombre que, negando ser una criatura como lo es cualquier hombre (1, 11), se pone en el lugar de la divinidad para imponer su dominio a "toda la tierra" (1, 12; 2, 17; 3, 8). Nadie se le puede resistir. Se presenta como una potencia extraordinaria con una organización imponente e invasora, a la que uno no puede sino sumarse, es decir, manifestarle sumisión. El primer capítulo se abre con la descripción de la grandeza del reino de Elam, que Nabucodonosor quiere conquistar. La capital del reino, Ecbátana, es imponente: tiene murallas de 25 metros de ancho y 35 metros de alto, y las torres de las puertas de la ciudad tienen 50 metros de alto; las puertas tienen 35 metros de alto y 20 metros de ancho para que pueda pasar el ejército. En Arfaxad se unen los pueblos de Oriente para no permitir a Nabucodonosor la victoria y la destrucción de Ecbátana. Se reúnen todos los ejércitos en la llanura de Ragau. Hay que tener en cuenta que el autor sagrado no quiere narrar hechos acaecidos puntualmente, sino más bien resumir la historia de la salvación de toda la tierra. Es cierto que para el judaísmo el mundo estaba delimitado entre Persia (a oriente), Egipto (al sur) y el mar Mediterráneo (a occidente). Y aunque los fenicios y los púnicos ya habían atravesado los mares, y en tiempos de Judit ya habían conquistado hasta Cerdeña y habían llegado hasta el africano golfo de Guinea, todo eso no se tenía en cuenta. Para el judaísmo el mundo era Asia Menor, Mesopotamia, Persia y Egipto hasta Etiopía. En ese contexto Nabucodonosor se presenta como el aspirante a guiar el mundo entero. Y en efecto es presentado mientras busca una alianza universal contra Arfaxad. Ante la negativa de las demás naciones, Nabucodonosor ataca en solitario al rey y lo derrota, convirtiéndose así en el único emperador de la tierra. Nabucodonosor se convierte de ese modo en la alternativa a Dios. Pero esta alternativa se declina con Nabucodonosor y la alianza de las naciones por una parte y por otra el pequeño reino de Judá, que no tiene el poder de los ejércitos ni la grandeza de las ciudades, sino que tiene únicamente a su Dios. Este pequeño e insignificante pueblo de Israel esconde en sí mismo la potencia de Dios. Es la historia que narra el libro de Judit. El apóstol Pablo dirá: "La debilidad divina es más fuerte que los hombres" (1 Co 1, 25). La salvación no viene de los poderosos. Desde entonces sabemos que Dios obra a través de los débiles. Judit, una pobre y débil mujer, derrota al enemigo. La historia del mundo siempre es una lucha del maligno contra Dios, pero también es la victoria de Dios sobre el maligno. Es verdad que el maligno puede tener a su servicio a los poderes de este mundo, pero el Señor es más fuerte. El pequeño pueblo de los creyentes sólo tiene la fuerza necesaria para vencer el mal si está con Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.