ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 5 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Oseas 8,4-7.11-13

Han puesto reyes sin contar conmigo,
han puesto príncipes sin saberlo yo.
Con su plata y su oro se han hecho ídolos,
¡para ser encarcelados! ¡Tu becerro repele, Samaria!
Mi cólera se ha inflamado contra ellos:
¿hasta cuándo no podrán purificarse? Porque viene de Israel,
un artesano ha hecho eso,
y eso no es Dios.
Sí, quedará hecho trizas el becerro de Samaria. Pues que viento siembran, segarán tempestad:
tallo que no tendrá espiga,
que no dará harina;
y si la da, extranjeros la tragarán. Efraím ha multiplicado los altares para pecar,
sólo para pecar le han servido los altares. Aunque yo escriba para él las excelencias de mi ley,
por cosa extraña se las considera. ¡Ya pueden ofrecer sacrificios en mi honor,
y comerse la carne!
Yahveh no los acepta;
ahora recordará sus culpas
y visitará sus pecados:
ellos volverán a Egipto.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En este pasaje el profeta Oseas denuncia el cisma del que es culpable el reino del norte por separarse de la casa de David y por introducir la idolatría. El profeta condena sin ambages la absurdidad de la idolatría y deja en ridículo los ídolos que han construido las manos de los hombres: "Un artesano lo ha fabricado, y eso no es Dios". Además, la mentira de la idolatría tiene consecuencias nefastas en la vida del pueblo de Israel. La amenaza del profeta se resume en la siguiente frase: "Si siembran viento, cosecharán tempestades". Es una frase que destaca las consecuencias negativas de las decisiones erróneas, los frutos amargos de decisiones que obedecen a intereses individuales alejados de toda visión amplia de la sociedad y de su futuro. El profeta amenaza al pueblo de Israel porque "olvida Israel a su Hacedor, y edifica templos... Pero yo prenderé fuego a sus ciudades, que devorará sus palacios". El bienestar, efectivamente, no dura sino que se consume rápidamente. Es una experiencia difusa y común. En el Evangelio leemos la parábola del rico necio, que quería ampliar sus graneros para guardar todas sus riquezas. Jesús advierte: "Guardaos de toda codicia, porque, aunque alguien posea abundantes riquezas, estas no le garantizan la vida" (Lc 12,15). E invita más bien a hacerse rico ante Dios (Lc 12,21). El profeta Oseas recuerda que Dios mide la fe de su pueblo con el metro del amor por él y de la misericordia hacia los pobres, no en base al número de víctimas que ofrece.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.