ORACIÓN CADA DÍA

Oración con los santos
Palabra de dios todos los dias

Oración con los santos

Fiesta de san Francisco de Asís (+1226).
Recuerdo de la dedicación de la pequeña capilla de Primavalle, primer lugar de oración de la Comunidad de Sant'Egidio en la periferia de Roma. El 4 de octubre de 1992 se firmó en Roma el acuerdo de paz que ponía fin a la guerra de Mozambique. Oración por todos los que trabajan por la paz.
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Libretto DEL GIORNO
Oración con los santos
Martes 4 de octubre

Fiesta de san Francisco de Asís (+1226).
Recuerdo de la dedicación de la pequeña capilla de Primavalle, primer lugar de oración de la Comunidad de Sant'Egidio en la periferia de Roma. El 4 de octubre de 1992 se firmó en Roma el acuerdo de paz que ponía fin a la guerra de Mozambique. Oración por todos los que trabajan por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 11,25-30

En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy celebramos la fiesta de san Francisco de Asís, recordando su muerte la noche del 3 de octubre de 1226. Todavía hoy su testimonio continúa haciendo que muchos corazones se conmuevan y vayan hacia el Señor. Encontrarse con el leproso, al que Francisco abrazó y besó, y escuchar la voz del crucifijo de San Damián provocan su conversión. Desde entonces, el joven Francisco empezó a vivir el Evangelio "sin añadiduras". En él el Evangelio se convirtió en levadura de una fraternidad universal. La página evangélica que la liturgia nos ofrece en esta fiesta reproduce una de las oraciones de Jesús. Es un agradecimiento de Jesús al Padre porque se inclinó ante los pequeños y les reveló el misterio de su amor que salva: un misterio oculto desde hacía siglos y que ni siquiera los sabios habrían podido comprender si Dios mismo no se lo hubiera revelado. A saber, que Dios amó tanto el mundo que envió a su propio Hijo para salvar a todos los hombres del poder del mal y de la muerte. Y quiso el Padre salvar a los hombres empezando por los más pequeños y los más débiles. Es el "privilegio de los pobres", una constante que encontramos desde las primeras páginas de la narración bíblica y también hoy en la vida de los discípulos de Jesús. El papa Francisco no deja de recordárnoslo con su mismo ejemplo. Precisamente por eso eligió el nombre del santo de Asís, que sigue aún hoy invitándonos a nosotros a contarnos entre los pequeños que han acogido y vivido este amor. San Francisco forma parte de aquella larga procesión de creyentes que es como un nexo de unión a lo largo de veinte siglos de historia cristiana: la preferencia de Dios por los pobres y los débiles. En ella se basa Dios para salvar al mundo. Francisco repitió la antigua historia de los discípulos de Jesús, quienes, siendo personas sencillas y despreciadas, fueron elegidas por Jesús como apóstoles del Reino. A través de los discípulos de hoy Jesús sigue dirigiéndose a las multitudes cansadas de este mundo y les dice: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.