ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Vigilia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Vigilia
Sábado 8 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gálatas 3,22-29

Pero, de hecho, la Escritura encerró todo bajo el pecado, a fin de que la Promesa fuera otorgada a los creyentes mediante la fe en Jesucristo. Y así, antes de que llegara la fe, estábamos encerrados bajo la vigilancia de la ley, en espera de la fe que debía manifestarse. De manera que la ley ha sido nuestro pedagogo hasta Cristo, para ser justificados por la fe. Mas, una vez llegada la fe, ya no estamos bajo el pedagogo. Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, ya sois descendencia de Abraham, herederos según la Promesa.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo recuerda a los gálatas que la herencia que Dios prometió a Abrahán -"estableceré mi alianza entre nosotros dos, y también con tu descendencia" (Gn 17,7)- ahora pertenece a Jesús. Es una alianza que se transmitió a través de la Ley que fue entregada al pueblo de Israel en el monte del Sinaí. Pero toda la historia precristiana, con Abrahán primero y con Israel después, fue una larga preparación para llegar hasta la alianza definitiva con Jesucristo, que nos salva del pecado y de la muerte. Él es el único y universal heredero de las promesas abránicas. Por eso la salvación no puede venir de la Ley sino de la adhesión a Jesucristo. La Ley no fue inútil. Tuvo un valor preparatorio. Como dice el apóstol, "la ley fue nuestro pedagogo" hasta que fuimos "justificados por la fe". Los discípulos de Jesús ya no están sometidos al "pedagogo", es decir, ya no están bajo vigilancia. Pero "una vez llegada la fe", los discípulos de Jesús ya no están sometidos al "pedagodo", es decir, ya no están bajo vigilancia, sino que viven la libertad de ser "hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús". El apóstol destaca una relación directa con Dios a través de la fe en Cristo. Los creyentes -explica el apóstol- a través del bautismo quedan "revestidos de Cristo" y, por tanto, se convierten en criaturas nuevas. A este respecto, el apóstol muestra a los gálatas la extraordinaria novedad del Evangelio: "Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer". Estas pocas palabras demuestran la fuerza que tiene el Evangelio de Jesús: derriba toda separación, todo muro de división, y lleva a una nueva unidad. El apóstol afirma sin ambages: "Todos vosotros sois uno en Cristo Jesús". Pertenecer a Cristo nos debe ayudar a descubrir la fuerza de cambio de la fe de Abrahán: lo dejó todo para participar en el sueño de Dios de extender la fraternidad a toda la humanidad. En esta época de globalización este sueño de Dios es aún más evidente. Y el Señor lo confía de nuevo a nuestras manos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.