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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

II de Adviento
Recuerdo de san Juan Damasceno, Padre de la Iglesia y monje, que vivió en Damasco en el siglo VIII. Distribuyó sus bienes a los pobres y entró en un monasterio, en la laura de San Saba, cerca de Jerusalén. Oración por los cristianos en Siria
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 4 de diciembre

II de Adviento
Recuerdo de san Juan Damasceno, Padre de la Iglesia y monje, que vivió en Damasco en el siglo VIII. Distribuyó sus bienes a los pobres y entró en un monasterio, en la laura de San Saba, cerca de Jerusalén. Oración por los cristianos en Siria


Primera Lectura

Isaías 11,1-10

Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de Yahveh:
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y temor de Yahveh. Y le inspirará en el temor de Yahveh.
No juzgará por las apariencias,
ni sentenciará de oídas. Juzgará con justicia a los débiles,
y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra.
Herirá al hombre cruel con la vara de su boca,
con el soplo de sus labios matará al malvado. Justicia será el ceñidor de su cintura,
verdad el cinturón de sus flancos. Serán vecinos el lobo y el cordero,
y el leopardo se echará con el cabrito,
el novillo y el cachorro pacerán juntos,
y un niño pequeño los conducirá. La vaca y la osa pacerán,
juntas acostarán sus crías,
el león, como los bueyes, comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid,
y en la hura de la víbora
el recién destetado meterá la mano. Nadie hará daño, nadie hará mal
en todo mi santo Monte,
porque la tierra estará llena de conocimiento de
Yahveh,
como cubren las aguas el mar. Aquel día la raíz de Jesé
que estará enhiesta para estandarte de pueblos,
las gentes la buscarán,
y su morada será gloriosa.

Salmo responsorial

Salmo 71 (72)

Oh Dios, da al rey tu juicio,
al hijo de rey tu justicia:

que con justicia gobierne a tu pueblo,
con equidad a tus humildes.

Traigan los montes paz al pueblo,
y justicia los collados.

El hará justicia a los humildes del pueblo,
salvará a los hijos de los pobres,
y aplastará al opresor.

Durará tanto como el sol,
como la luna de edad en edad;

caerá como la lluvia en el retoño,
como el rocío que humedece la tierra.

En sus días florecerá la justicia,
y dilatada paz hasta que no haya luna;

dominará de mar a mar,
desde el Río hasta los confines de la tierra.

Ante él se doblará la Bestia,
sus enemigos morderán el polvo;

los reyes de Tarsis y las islas
traerán tributo.
Los reyes de Sabá y de Seba
pagarán impuestos;

todos los reyes se postrarán ante él,
le servirán todas las naciones.

Porque él librará al pobre suplicante,
al desdichado y al que nadie ampara;

se apiadará del débil y del pobre,
el alma de los pobres salvará.

De la opresión, de la violencia, rescatará su alma,
su sangre será preciosa ante sus ojos;

(y mientras viva se le dará el oro de Sabá).
Sin cesar se rogará por él,
todo el día se le bendecirá.

Habrá en la tierra abundancia de trigo,
en la cima de los montes ondeará
como el Líbano al despertar sus frutos y sus flores,
como la hierba de la tierra.

¡Sea su nombre bendito para siempre,
que dure tanto como el sol!
¡En él se bendigan todas las familias de la tierra,
dichoso le llamen todas las naciones!

¡Bendito sea Yahveh, Dios de Israel,
el único que hace maravillas!

¡Bendito sea su nombre glorioso para siempre,
toda la tierra se llene de su gloria!
¡Amén! ¡Amén!

Segunda Lectura

Romanos 15,4-9

En efecto todo cuanto fue escrito en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. Y el Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, acogeos mutuamente como os acogió Cristo para gloria de Dios. Pues afirmo que Cristo se puso al servicio de los circuncisos a favor de la veracidad de Dios, para dar cumplimiento a las promesas hechas a los patriarcas, y para que los gentiles glorificasen a Dios por su misericordia, como dice la Escritura: Por eso te bendeciré entre los gentiles y ensalzaré tu nombre.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 3,1-12

Por aquellos días aparece Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: «Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos.» Este es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: Voz del que clama en el desierto:
Preparad el camino del Señor,
enderezad sus sendas.
Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre. Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior: "Tenemos por padre a Abraham"; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Mientras estamos recorriendo nuestros primeros pasos del tiempo de Adviento, el Evangelio nos hace encontrar a Juan Bautista. Entre el otoño del año 27 y la primavera del 28, este singular profeta llamado Juan aparece en la escena religiosa de Palestina en una localidad cercana al Jordán, donde la tradición indicaba que se produjo la entrada de Israel en la tierra prometida, al final del largo camino en el desierto que duró cuarenta años. No predica en Jerusalén como los otros profetas, sino en el desierto, lejos de los palacios del poder. La elección de este lugar sugiere que no se puede esperar el reino de Dios permaneciendo tranquilos en las costumbres de siempre, pensando que no hay nada nuevo que esperar. Es necesario salir de nosotros mismos y de los lugares habituales de nuestra vida -incluso aunque sea el templo de la ciudad santa- para ir allá donde el Señor viene y comienza a realizar su reino. Los contemporáneos del Bautista lo habían intuido, hasta el punto de que, como advierte el evangelista Mateo "Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados". Todos salían para buscar una respuesta a la angustia de un tiempo carente de visiones de paz. Había como una conciencia difusa de la necesidad de un tiempo nuevo, de un mundo nuevo.
Podemos pensar que las palabras del profeta Isaías eran familiares para el Bautista. El tiempo de paz que Isaías esperaba era precisamente el que ve al lobo descansar con el cordero y al leopardo con el cabrito, todos conducidos por un niño pequeño. Era el sueño profético de un mundo vaciado de violencia, de guerras, de conflictos y de odios, y lleno de la fuerza de amor y de justicia del Mesías, de un niño que sería el príncipe de la paz. Aquel tiempo estaba por llegar y el Bautista lo había intuido. Hoy, él está delante de todos nosotros para transmitirnos su misma tensión por el reino de paz. No se resignó a un mundo lleno de violencia y esperaba la venida del Mesías. Encontrar a Jesús era el fin de su vida. Mientras estaba en la cárcel de Herodes, quizá le vino la duda de haber corrido en vano. Y mandó a sus seguidores a preguntar a Jesús si era él o no el Mesías que tenía que venir. Y, a aquellos discípulos perplejos, Jesús les dijo: "Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva" (Lc 7,22). En aquel momento probablemente el Bautista comprendió en profundidad que Jesús era el Mesías y que el reino de Dios había comenzado en el mundo. Encontrar a Jesús, seguirlo viviendo el Evangelio del amor por todos y especialmente por los pobres, es la esencia de la vida. Lo fue para el Bautista. Lo es también para nosotros.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.