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Oración por la Iglesia
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Recuerdo de San Nicolás (+343) cuyas reliquias se encuentran en Bari. Fue obispo de Mira, en Asia Menor (actual Turquía); es venerado en todo Oriente (recuerdo de todos los cristianos que viven en Oriente). Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por la Iglesia
Martes 6 de diciembre

Recuerdo de San Nicolás (+343) cuyas reliquias se encuentran en Bari. Fue obispo de Mira, en Asia Menor (actual Turquía); es venerado en todo Oriente (recuerdo de todos los cristianos que viven en Oriente).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 40,1-11

Consolad, consolad a mi pueblo
- dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén
y decidle bien alto
que ya ha cumplido su milicia,
ya ha satisfecho por su culpa,
pues ha recibido de mano de Yahveh
castigo doble por todos sus pecados. Una voz clama: "En el desierto
abrid camino a Yahveh,
trazad en la estepa una calzada recta
a nuestro Dios. Que todo valle sea elevado,
y todo monte y cerro rebajado;
vuélvase lo escabroso llano,
y las breñas planicie. Se revelará la gloria de Yahveh,
y toda criatura a una la verá.
Pues la boca de Yahveh ha hablado." Una voz dice: "¡Grita!"
Y digo: "¿Qué he de gritar?"
- "Toda carne es hierba
y todo su esplendor como flor del campo. La flor se marchita, se seca la hierba,
en cuanto le dé el viento de Yahveh
(pues, cierto, hierba es el pueblo). La hierba se seca, la flor se marchita,
mas la palabra de nuestro Dios
permanece por siempre. Súbete a un alto monte,
alegre mensajero para Sión;
clama con voz poderosa,
alegre mensajero para Jerusalén,
clama sin miedo.
Di a las ciudades de Judá:
"Ahí está vuestro Dios." Ahí viene el Señor Yahveh con poder,
y su brazo lo sojuzga todo.
Ved que su salario le acompaña,
y su paga le precede. Como pastor pastorea su rebaño:
recoge en brazos los corderitos,
en el seno los lleva,
y trata con cuidado a las paridas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Inspirado por el Espíritu de Dios, el profeta se dirige al pueblo exiliado y entristecido por su lejanía de Jerusalén con palabras de consolación y alivio. Si por una parte invita al pueblo a reflexionar sobre la debilidad y la precariedad de la vida, por otro les exhorta a elevar la mirada hacia el Señor porque no lo ha abandonado; es más, está viniendo para liberarlo. Por tanto, es urgente allanar el camino en el desierto para permitir que el Señor venga. Para nosotros, el desierto es el de los corazones: son las ciudades desertificadas de amor, de vida, de dignidad, y por tanto presa de la violencia, de la guerra, del abandono y la soledad. El Señor viene para liberar los corazones de la esclavitud del mal, del pecado, del egoísmo. Cuando la Palabra de Dios llega al corazón lo hace florecer: de un corazón nuevo nace un mundo nuevo. El Señor pide al profeta que consuele a su pueblo, es decir, que le hable al corazón para que vuelva a esperar confiando no en sí mismo sino en Dios que salva. Y pide al profeta que consuele a todos, que nadie sea privado del anuncio de los tiempos nuevos de la salvación. Por esto le pide: "Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión; clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén". Las comunidades cristianas, los creyentes, todos estamos invitados en este tiempo de Adviento a acoger esta Palabra de esperanza.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.