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Oración con los santos
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Oración con los santos

Recuerdo de San Ambrosio (+ 397), obispo de Milán. Pastor de su pueblo, defensor de los pobres y de los débiles contra toda explotación, defendió con fuerza la Iglesia ante la arrogancia del emperador. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración con los santos
Miércoles 7 de diciembre

Recuerdo de San Ambrosio (+ 397), obispo de Milán. Pastor de su pueblo, defensor de los pobres y de los débiles contra toda explotación, defendió con fuerza la Iglesia ante la arrogancia del emperador.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 40,25-31

¿Con quién me asemejaréis
y seré igualado?, dice el Santo. Alzad a lo alto los ojos y ved:
¿quién ha hecho esto?
El que hace salir por orden al ejército celeste,
y a cada estrella por su nombre llama.
Gracias a su esfuerzo y al vigor de su energía,
no falta ni una. ¿Por qué dices, Jacob,
y hablas, Israel:
"Oculto está mi camino para Yahveh,
y a Dios se le pasa mi derecho?" ¿Es que no lo sabes?
¿Es que no lo has oído?
Que Dios desde siempre es Yahveh,
creador de los confines de la tierra,
que no se cansa ni se fatiga,
y cuya inteligencia es inescrutable. Que al cansado da vigor,
y al que no tiene fuerzas la energía le acrecienta. Los jóvenes se cansan, se fatigan,
los valientes tropiezan y vacilan, mientras que a los que esperan en Yahveh
él les renovará el vigor,
subirán con alas como de águilas,
correrán sin fatigarse
y andarán sin cansarse.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Muchas veces en la vida perdemos la verdad de nosotros mismos y de la historia: el orgullo y la estupidez ciegan y no dejan ver ni la situación de debilidad en la que todos vivimos ni la ayuda que el Señor nos ofrece. Y confiamos en poder encontrar la salvación bien en nosotros mismos o bien en los "ídolos" como la riqueza, la carrera o el bienestar personal. El profeta invita a Israel a mirar a su alrededor, a ver las naciones de la tierra -incluso las que parecen fuertes e indestructibles- para darse cuenta de su debilidad. Si, por el contrario, dice el profeta, levantamos la mirada hacia el Señor, reconoceremos su fuerza creadora: es él quien ha creado el cielo y la tierra. Nuestra fuerza está en el Señor. Esta mirada espiritual, fruto de la oración y de la escucha de la Palabra de Dios, purifica los ojos del corazón y nos permite reconocer el camino de liberación que el Señor quiere realizar junto a nosotros. El profeta, con un séquito apremiante de preguntas, quiere despertar en nosotros el sentido de Dios y de su grandeza. Solo el Señor es grande y solo él gobierna el mundo y la historia. Quien se confía al Señor recibe ayuda y consuelo, vigor y fuerza. A todos, jóvenes y grandes, se nos exhorta a tener confianza solo en Dios: "los que esperan en el Señor él les renovará el vigor, subirán con alas como de águilas, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse". No desesperemos en la fatiga de la vida, confiémonos al Señor y recuperaremos la fuerza para caminar de inmediato en su presencia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.