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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

IV de Cuaresma
Aniversario del inicio del ministerio pastoral del papa Francisco.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 19 de marzo

IV de Cuaresma
Aniversario del inicio del ministerio pastoral del papa Francisco.


Primera Lectura

1Samuel 16,1.4.6-7.10-13

Dijo Yahveh a Samuel: "¿Hasta cuándo vas a estar llorando por Saúl, después que yo le he rechazado para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite y vete. Voy a enviarte a Jesé, de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí." Hizo Samuel lo que Yahveh le había ordenado y se fue a Belén. Salieron temblando a su encuentro los ancianos de la ciudad y le preguntaron: "¿Es de paz tu venida, vidente?" Cuando ellos se presentaron vio a Eliab y se dijo: "Sin duda está ante Yahveh su ungido." Pero Yahveh dijo a Samuel: "No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo le he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón." Hizo pasar Jesé a sus siete hijos ante Samuel, pero Samuel dijo: "A ninguno de éstos ha elegido Yahveh." Preguntó, pues, Samuel a Jesé: "¿No quedan ya más muchachos?" El respondió: "Todavía falta el más pequeño, que está guardando el rebaño." Dijo entonces Samuel a Jesé: "Manda que lo traigan, porque no comeremos hasta que haya venido." Mandó, pues, que lo trajeran; era rubio, de bellos ojos y hermosa presencia. Dijo Yahveh: "Levántate y úngelo, porque éste es." Tomó Samuel el cuerno de aceite y le ungió en medio de sus hermanos. Y a partir de entonces, vino sobre David el espíritu de Yahveh. Samuel se levantó y se fue a Ramá.

Salmo responsorial

Salmo 22 (23)

Yahveh es mi pastor,
nada me falta.

Por prados de fresca hierba me apacienta.
Hacia las aguas de reposo me conduce,

y conforta mi alma;
me guía por senderos de justicia,
en gracia de su nombre.

Aunque pase por valle tenebroso,
ningún mal temeré, porque tú vas conmigo;
tu vara y tu cayado, ellos me sosiegan.

Tú preparas ante mí una mesa
frente a mis adversarios;
unges con óleo mi cabeza,
rebosante está mi copa.

Sí, dicha y gracia me acompañarán
todos los días de mi vida;
mi morada será la casa de Yahveh
a lo largo de los días.

Segunda Lectura

Efesios 5,8-14

Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad. Examinad qué es lo que agrada al Señor, y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien, denunciadlas. Cierto que ya sólo el mencionar las cosas que hacen ocultamente da vergüenza; pero, al ser denunciadas, se manifiestan a la luz. Pues todo lo que queda manifiesto es luz. Por eso se dice: Despierta tú que duermes,
y levántate de entre los muertos,
y te iluminará Cristo.

Lectura del Evangelio

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Juan 9,1-41

Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: «Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?» Respondió Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios. Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado
mientras es de día;
llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo,
soy luz del mundo.» Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: «Vete, lávate en la piscina de Siloé» (que quiere decir Enviado). El fue, se lavó y volvió ya viendo. Los vecinos y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: «¿No es éste el que se sentaba para mendigar?» Unos decían: «Es él». «No, decían otros, sino que es uno que se le parece.» Pero él decía: «Soy yo.» Le dijeron entonces: «¿Cómo, pues, se te han abierto los ojos?» El respondió: «Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: "Vete a Siloé y lávate." Yo fui, me lavé y vi.» Ellos le dijeron: «¿Dónde está ése?» El respondió: «No lo sé.» Lo llevan donde los fariseos al que antes era ciego. Pero era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos a su vez le preguntaron cómo había recobrado la vista. El les dijo: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo.» Algunos fariseos decían: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.» Otros decían: «Pero, ¿cómo puede un pecador realizar semejantes señales?» Y había disensión entre ellos. Entonces le dicen otra vez al ciego: «¿Y tú qué dices de él, ya que te ha abierto los ojos?» El respondió: «Que es un profeta.» No creyeron los judíos que aquel hombre hubiera sido ciego, hasta que llamaron a los padres del que había recobrado la vista y les preguntaron: «¿Es éste vuestro hijo, el que decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?» Sus padres respondieron: «Nosotros sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego. Pero, cómo ve ahora, no lo sabemos; ni quién le ha abierto los ojos, eso nosotros no lo sabemos. Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí mismo.» Sus padres decían esto por miedo por los judíos, pues los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno le reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: «Edad tiene; preguntádselo a él.» Le llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: «Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.» Les respondió: «Si es un pecador, no lo sé. Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo.» Le dijeron entonces: «¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?» El replicó: «Os lo he dicho ya, y no me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez? ¿Es qué queréis también vosotros haceros discípulos suyos?» Ellos le llenaron de injurias y le dijeron: «Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es.» El hombre les respondió: «Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada.» Ellos le respondieron: «Has nacido todo entero en pecado ¿y nos da lecciones a nosotros?» Y le echaron fuera. Jesús se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?» El respondió: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?» Jesús le dijo: «Le has visto; el que está hablando contigo, ése es.» El entonces dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él. Y dijo Jesús: «Para un juicio he venido a este mundo:
para que los que no ven, vean;
y los que ven, se vuelvan ciegos.» Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «Es que también nosotros somos ciegos?» Jesús les respondió: Si fuerais ciegos,
no tendríais pecado;
pero, como decís: "Vemos"
vuestro pecado permanece.»

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Homilía

Este domingo se denomina laetare (alegría) por la primera palabra de la antífona de entrada de la liturgia. Es una invitación a interrumpir por un momento la severidad del tiempo cuaresmal. La alegría que se nos propone no deriva en absoluto de la condición en que se encuentra el mundo en estos tiempos; es incluso difícil encontrar motivos para alegrarse, si nos fijamos en tantos conflictos que siguen bañando de sangre la tierra, y en tantos pobres olvidados. El motivo de la alegría no viene del mundo, sino de la cercanía de la Pascua, que transforma la muerte en victoria y la tristeza en gozo. La alegría del ciego de nacimiento que vuelve a ver es la que nos pide la liturgia. Había nacido ciego y continuaba sentado al borde del camino pidiendo limosna -como se suele decir, su destino estaba sellado.
Jesús, apenas lo vio se detuvo. Los discípulos le preguntaron: "Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?". Para los discípulos aquel ciego era un caso sobre el que entablar una disputa. Jesús lo mira con los ojos del corazón y responde: "Ni él pecó ni sus padres". Muestra así cómo debemos presentarnos ante aquel ciego y a todos los pobres, los que sufren, los enfermos: mirar con compasión. Jesús lo mira conmovido, se le acerca y lo toca no con un gesto distraído sino pensado: se inclina para coger un poco de tierra, y tras humedecerla con la saliva se la unta en los ojos. Es la mano de Dios, la que formó al hombre en la creación y que continúa regenerándolo. La ceniza, el polvo con el que comenzamos la Cuaresma, son amados por Dios, incluso la razón por la que el Señor se conmueve, que le empuja a inclinarse hacia nosotros. Nos ama porque somos débiles, porque somos polvo. Y cuando Jesús le dijo que fuera a lavarse a la piscina de Siloé, sin demorarse obedeció y lo hizo. El evangelista, en una rápida síntesis, escribe: "Él fue, se lavó y volvió ya viendo". El milagro no fue un gesto mágico: se cumplió mediante aquel gesto de ternura de la mano de Jesús, unido a la obediencia del ciego a la palabra que se le había dirigido.
Este proceso de curación es una indicación también para nosotros, que a menudo somos ciegos, no de nacimiento sino por estar acostumbrados a mirarnos solo a nosotros mismos, ciegos -en definitiva- porque estamos resignados. El Señor viene para "abrir los ojos a los ciegos", para abrir nuestros ojos a la triste condición del mundo y empujarlo hacia la visión de la salvación, de un mundo justo y pacífico. Siete veces el evangelista repite en este pasaje la frase "abrir los ojos". No es una repetición casual. Quizá nos indica la facilidad con la que podemos recaer en la ceguera. Por otro lado, no basta con ser tocados una sola vez; es decir, no basta escuchar y obedecer una sola vez. El Señor -como hizo con aquel ciego- continúa poniéndonos preguntas nuevas, pidiéndonos compromisos nuevos. Son demandas de amor, invitaciones a crecer en el seguimiento de Jesús. Al ciego ya curado le pregunta: "¿Tú crees en el Hijo del hombre?". Jesús busca amigos a quienes amar y compañeros con los que cambiar el mundo. El ciego respondió: "¿Y quién es, Señor, para que crea en él?". Es la pregunta de la Cuaresma: conocer más a Jesús, contemplar más su rostro, dejarnos tocar más por su amor. El Evangelio continúa diciéndonos: "El que está hablando contigo, ése es". Nosotros, junto con aquel ciego, decimos: "Creo, Señor". Es nuestra profesión de fe de hombres y mujeres amados y curados, que comienzan de nuevo a seguir al Señor para cambiar este mundo y hacerlo más justo, más fraterno.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.