ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 30 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 14,27-31

Os dejo la paz,
mi paz os doy;
no os la doy como la da el mundo.
No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho:
"Me voy y volveré a vosotros."
Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre,
porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda,
para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré muchas cosas con vosotros,
porque llega el Príncipe de este mundo.
En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre
y que obro según el Padre me ha ordenado.
Levantaos. Vámonos de aquí.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús comprende bien que la separación de él es difícil y dolorosa para aquellos discípulos. Ya les ha prometido el don del Espíritu: "Os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho". Y ahora les concede su paz. No es una paz cualquiera, sino la que él mismo experimenta y que nace de la confianza en el Padre, de la certeza de que no están solos, de la confianza en que nunca les faltará el apoyo y el consuelo de Dios. Es una herencia que solo los discípulos tienen y que deben testimoniar al mundo. Por eso les exhorta a no tener miedo, a no turbarse. Les repite las palabras que ya les había dicho: "Me voy y volveré a vosotros". Añade que incluso deberían alegrarse de que vaya al Padre. Porque estar a la "derecha del Padre" no significa alejarse de ellos y del mundo; al contrario, el Señor permanecerá más cerca de ellos, dondequiera que estén, y nunca dejará a nadie solo. Los discípulos se dispersarán por los caminos del mundo para comunicar el Evangelio, pero él les acompañará a todas partes, sosteniéndoles con su propia fuerza. La partida física de Jesús no es, pues, el resultado de una traición, como aquellas a las que estamos acostumbrados. ¡Cuántos lazos se rompen, cuántas separaciones se producen entre los hombres! La "partida" de Jesús hacia el Padre es el signo de un amor más grande, el del Hijo hacia el Padre del cielo: "El mundo debe saber que yo amo al Padre, y que como el Padre me ha mandado, así actúo yo". Es en el camino de esta obediencia a Dios donde los discípulos descubren la perpetuidad del amor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.