ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Iglesia
Palabra de dios todos los dias

Oración por la Iglesia

Recuerdo de san Atanasio (+ 373), obispo de Alejandría. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por la Iglesia
Jueves 2 de mayo

Recuerdo de san Atanasio (+ 373), obispo de Alejandría.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 15,9-11

Como el Padre me amó,
yo también os he amado a vosotros;
permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor,
como yo he guardado los mandamientos de mi Padre,
y permanezco en su amor. Os he dicho esto,
para que mi gozo esté en vosotros,
y vuestro gozo sea colmado.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús, continuando su discurso a los discípulos, confiesa abiertamente la naturaleza de su amor: "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros". Jesús no se siente disminuido al decir que su propio amor a los discípulos es fruto de un amor más grande, como generalmente pensamos. Cegados de hecho por la necesidad de parecer originales y de no depender de nadie, nos avergüenza admitir que nuestra felicidad depende del amor de otro más grande que nosotros. En resumen, todo, incluso el amor, debe ser mío, debe empezar por mí. Es culpa de la cultura del individualismo que gana cada vez más terreno y que corre el riesgo de desmoronar toda comunión. La independencia de los demás no conduce al amor sino al contrario, a la soledad. Jesús, en cambio, muestra que su amor por los discípulos parte del Padre. De esta convicción nace la invitación a los discípulos a permanecer unidos a él como hombres y mujeres humildes, como los sarmientos a la vid. Debemos darnos cuenta de que la soledad marchita nuestros sentimientos y debilita nuestros brazos, hasta hacernos incapaces de cuidar y servir a nadie más que a nosotros mismos. Un signo de esta humildad es saber alegrarnos de la alegría de los que nos rodean, como el Señor nos invita a hacer con él.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.