ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 22 de diciembre

IV de Adviento


Primera Lectura

Isaías 7,10-14

Volvió Yahveh a hablar a Ajaz diciendo: Pide para ti una señal de Yahveh tu Dios
en lo profundo del seol o en lo más alto. Dijo Ajaz: "No la pediré, no tentaré a Yahveh." Dijo Isaías:
"Oíd, pues, casa de David:
¿Os parece poco cansar a los hombres,
que cansáis también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo
va a daros una señal:
He aquí que una doncella está encinta
y va a dar a luz un hijo,
y le pondrá por nombre Emmanuel.

Salmo responsorial

Salmo 23 (24)

De Yahveh es la tierra y cuanto hay en ella,
el orbe y los que en él habitan;

que él lo fundó sobre los mares,
él lo asentó sobre los ríos.

¿Quién subirá al monte de Yahveh?,
¿quién podrá estar en su recinto santo?

El de manos limpias y puro corazón,
el que a la vanidad no lleva su alma,
ni con engaño jura.

El logrará la bendición de Yahveh,
la justicia del Dios de su salvación.

Tal es la raza de los que le buscan,
los que van tras tu rostro, oh Dios de Jacob. Pausa.

¡Puertas, levantad vuestros dinteles,
alzaos, portones antiguos,
para que entre el rey de la gloria!

¿Quién es ese rey de gloria?
Yahveh, el fuerte, el valiente,
Yahveh, valiente en la batalla.

¡Puertas, levantad vuestros dinteles,
alzaos, portones antiguos,
para que entre el rey de la gloria!

¿Quién es ese rey de gloria?
Yahveh Sebaot,
él es el rey de gloria.

Segunda Lectura

Romanos 1,1-7

Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios, que había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas, acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro, por quien recibimos la gracia y el apostolado,
para predicar la obediencia de la fe a gloria de su
nombre
entre todos los gentiles, entre los cuales os contáis también vosotros, llamados de Jesucristo, a todos los amados de Dios que estáis en Roma,
santos por vocación,
a vosotros gracia y paz,
de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 1,18-24

La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo,
y le pondrán por nombre Emmanuel,

que traducido significa: «Dios con nosotros.» Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

La liturgia de hoy nos acompaña hasta el umbral de la Navidad, como para protegernos de distracciones y preocupaciones que no sean las relativas al encuentro con Jesús. La Iglesia quiere que esta Navidad esté llena de sentido y de alegría para cada uno de nosotros. Por esto nos hace encontrar a José, un hombre como tantos otros, que vivía su pequeña vida de trabajador y pensaba en su futuro. Tomó por esposa a una muchacha de la aldea, María, esperando tranquilo la realización definitiva de su sueño. Pero un día este sueño se vio turbado. María se había quedado misteriosamente embarazada. ¿Qué había pasado? Se podía hablar (y acusar a María) de adulterio, con todas las consecuencias civiles y penales que se habrían abatido sobre ella, que a los ojos de todos aparecería como una joven adúltera, rechazada y marginada no solo por los familiares sino por todos los habitantes de Nazaret.
José, hombre justo, decidió sin embargo repudiarla en secreto para no exponerla a esa penosa situación. De todas formas, su sueño se había quebrantado. No le quedaba más que reflexionar sobre aquella amarga experiencia. Y podemos imaginar su drama y la sucesión de pensamientos. Pero Dios no le dejó solo con sus pensamientos. Precisamente mientras se interrogaba amargado y quizá ya sin esperanza para su futuro, José volvió a soñar. "El ángel del Señor se le apareció en sueños", escribe el evangelista. Esta vez ya no era el pequeño sueño, vinculado a la simple vida de carpintero que él mismo se había programado. Se trataba de un sueño mucho más grande: "José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados".
Es el Evangelio de Navidad. Podríamos decir que es el "sueño" de la Navidad: un niño salvará al mundo entero de sus pecados; un niño liberará el mundo de todas las esclavitudes. José, simple carpintero de una pequeña aldea de la periferia del Imperio, se encuentra viviendo en un horizonte nuevo y amplio, el de la Navidad. Ya no se trataba de su pequeño sueño, sino del gran sueño del Señor, el sueño ilimitado del Evangelio. José se despertó e hizo como el ángel le había ordenado: tomó consigo a María. José no es uno de los actores principales del Evangelio, sin embargo participó en la grandeza y en la alegría de aquella noche: tomó consigo a María y al niño. A cada uno de nosotros se nos pide tomar con nosotros el Evangelio y abandonar el egocentrismo banal de nuestros pequeños sueños y aspiraciones. En Navidad se debe soñar a lo grande. Con José nos acercamos a la santa noche para acoger al Señor y para caminar con él a lo largo de los caminos de los hombres.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.