ORACIÓN CADA DÍA

Oración con los santos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con los santos
Miércoles 23 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 7,15-20

«Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús previene del peligro de dejarse atraer por los falsos profetas, es decir, aquellas personas o aquel modo de vivir que parece más fácil e inmediato, pero que en realidad roba la vida como un lobo rapaz. Vienen a la memoria tantos y tantos "encantadores" que en muchas partes, sobre todo en los países más pobres, predican la llamada "religión de la prosperidad". Es una predicación que engaña y no salva, que es falsa y perjudicial. Por eso Jesús indica también a sus discípulos que se guarden del comportamiento de los fariseos, es decir, de una manera exterior de vivir la fe o de amoldarse a la mentalidad individualista del mundo que como un virus está deteriorando el tejido que mantiene unidas nuestras sociedades y ha infectado a muchos cristianos que creen vivir el Evangelio cerrándose en su pequeño recinto. Ese es uno de los motivos por los que escasea la misericordia, se seca el amor, se marchita la pasión por cambiar el mundo, se recrudecen los conflictos y crece la indiferencia y la resignación ante el mal. Y es más fácil aceptar una vida sin sueños ni visiones. No debemos olvidar que las tentaciones -todas- se presentan siempre de manera halagüeña y razonable, como lobos con piel de cordero. ¿Cómo podemos desenmascararlas? Jesús señala un criterio seguro: "Por sus frutos los reconoceréis". Todas las instigaciones y los estímulos que vuelven estéril la vida, porque hacen que sea incapaz de dar frutos buenos para uno mismo y para los demás, son falsas profecías. El apóstol Pablo enumera las obras de quien se deja guiar por el espíritu carnal, es decir, el amor por uno mismo: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, ambición, divisiones, disensiones, rivalidades, borracheras, comilonas y cosas semejantes. Y a continuación indica las que brotan del hombre que se deja guiar por el Espíritu, por el Evangelio: amor, alegría, paz, magnanimidad, benevolencia, bondad, fidelidad, humildad y dominio de uno mismo. Y termina diciendo: "Si vivimos por el Espíritu, sigamos también al Espíritu" (Ga 5,19-26).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.