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Oración de los Apóstoles
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Fiesta de los apóstoles Felipe y Santiago. Leer más

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Oración de los Apóstoles
Viernes 3 de mayo

Fiesta de los apóstoles Felipe y Santiago.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con él, viviremos con él,
si perseveramos con él, con él reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Corintios 15,1-8

Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes, por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo prediqué... Si no, ¡habríais creído en vano! Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con él, viviremos con él,
si perseveramos con él, con él reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy la Iglesia recuerda a los apóstoles Felipe y Santiago, y Pablo, escribiendo a los Corintios, recuerda que Jesús resucitado "se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles". A partir de la Pascua y de las apariciones del Resucitado, comienza la predicación del Evangelio que se transmite de generación en generación. Y Pablo recuerda haber transmitido a los corintios ese mismo Evangelio que él mismo había recibido.
Entre este acogimiento y la comunicación de la Pascua de la Resurrección está el corazón del Evangelio y el secreto de la vida cristiana. Y los apóstoles Felipe y Santiago son recordados por la tradición como discípulos generosos que estuvieron entre los primeros en responder a la llamada de Jesús. Felipe era un galileo de Betsaida, pescador como Pedro, y será él quien llamará con entusiasmo a Natanael-Bartolomé. Y será él mismo quien lleve a Jesús la pregunta de aquellos griegos que querían verle en Jerusalén (Jn 12,20-22). En concreto, el Evangelio de Juan nos le muestra como un misionero que se interroga y se hace interrogar por pregunta de la gente que quiere ver a Jesús. Según la tradición, evangeliza Asia y Frigia, donde morirá mártir. Santiago, por su parte, también llamado el Menor para no confundirlo con el otro Santiago, hermano de Juan, hijo de Zebedeo, morirá mártir en Jerusalén en el año 62, contándose entre los primeros que dieron su vida por el Evangelio. "Si no resucitó Cristo, vacía es nuestra fe." Pablo nombra a los testigos oculares: aquellos a quienes se apareció Jesús resucitado, añadiendo incluso "más de quinientos hermanos", la mayoría de los cuales, dice Pablo, vivían aún en su época. También nosotros, que podemos considerarnos los últimos de esta larga cadena de testigos de la resurrección, estamos llamados a sumergirnos en este testimonio de fe y de amor. Creemos en la resurrección no con nuestras palabras, sino con nuestra vida. Y el cuerpo resucitado de Cristo está hoy en los miembros de sus discípulos, esos miembros que también somos nosotros viviendo su amor en este mundo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.