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Vigilia del domingo
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Vigilia del domingo

Recuerdo de Gigi, niño de Nápoles que murió violentamente. Con él recordamos a todos los niños que sufren o que mueren por la violencia de los hombres. Oración por los niños. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 15 de diciembre

Recuerdo de Gigi, niño de Nápoles que murió violentamente. Con él recordamos a todos los niños que sufren o que mueren por la violencia de los hombres. Oración por los niños.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 6,1-11

¿Qué diremos, pues? ¿Que debemos permanecer en el pecado para que la gracia se multiplique? ¡De ningún modo! Los que hemos muerto al pecado ¿cómo seguir viviendo en él? ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque si hemos hecho una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado. Pues el que está muerto, queda librado del pecado. Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En el capítulo anterior, Pablo ha anunciado la justificación del hombre pecador, cuyo arquetipo es Adán. Y la salvación de Dios ha sido derramada sobre todos los creyentes. Ahora afirma que esta salvación pasa a través de la muerte y resurrección del Señor Jesús. El creyente, por tanto, es empujado desde dentro a vivir la vida nueva en la que entró por el bautismo: en Cristo, el hombre viejo muere y es sepultado, y resucita un hombre diferente que ha vencido la muerte y toda forma de muerte. La gracia que recibe en el encuentro con Jesús no admite acuerdos con el pecado, y no justifica lentitudes y perezas en el seguimiento del Señor. Al contrario, significa liberación del poder del pecado: «Los que hemos muerto al pecado ¿cómo seguir viviendo en él?», se pregunta Pablo. Sumergirse en la muerte y en la resurrección de Cristo no solo significa una simple purificación que apenas cambia algo superficialmente. Mucho más profundamente, significa hacer morir en nosotros al hombre viejo, es decir, al hombre esclavo de sus tradiciones y de su orgullo, para hacer nacer y crecer el hombre nuevo, el hombre que vive de la fuerza de la resurrección de Jesús. Pablo concluye: «Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús». La vida cristiana se inserta de principio a fin en el misterio de salvación que es la Pascua. La unión con Jesús determina el recorrido espiritual de todo discípulo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.