ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 2 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 28,30-31

Pablo permaneció dos años enteros en una casa que había alquilado y recibía a todos los que acudían a él; predicaba el Reino de Dios y enseñaba lo referente al Señor Jesucristo con toda valentía, sin estorbo alguno.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas concluye su obra con un brevísimo epílogo (una sola frase) que sirve como resumen: ha empezado la misión cristiana desvinculada de la sinagoga y abierta a todas las naciones. Roma se convierte en el lugar en el que el mensaje evangélico se proclama sin obstáculo. El autor escribe que Pablo se quedó en aquella casa, situada muy probablemente cerca del barrio judío, durante dos años. Y la transformó en un centro misionero. A pesar de tener el cuerpo encadenado, Pablo llevó a cabo un intenso trabajo apostólico «con toda valentía, sin estorbo alguno» (v. 31). Recibía a gente en la casa, les predicaba, rezaba y escribía cartas a las comunidades lejanas. Nada, ni siquiera las cadenas, impedía que el apóstol comunicara el Evangelio. ¡Qué gran ejemplo para nosotros, que tenemos a nuestra disposición instrumentos y medios, y aun así tenemos dificultad en hablar al corazón de la gente o incluso olvidamos hacerlo! Llegados a este punto, Lucas interrumpe bruscamente la narración, como si quisiera decir que a partir de aquí empieza la difusión del cristianismo en todo el mundo. No narra ni siquiera el martirio de Pablo. Sabemos por otras fuentes que hacia finales del segundo año de permanencia en Roma cambió el clima político para con los cristianos y Nerón desencadenó una persecución durante la que tanto Pedro como Pablo fueron asesinados. Lucas subraya solo que Pablo predicaba con franqueza la fe cristiana. Aquel joven que guardaba los mantos mientras Esteban era lapidado, pero que se había dejado seducir por Jesús hasta el punto de ponerse en camino por el mundo «anunciando el Evangelio y curando a los enfermos», se convirtió en uno de los pilares de aquella Iglesia. Pablo, que debía dar testimonio en Roma (23,11), asumió el compromiso de dar testimonio «hasta los confines de la tierra» (1,8). Al llegar a Roma como ciudadano romano, es decir, del mundo, Pablo, a pesar de tener el cuerpo encadenado, vivió la gran libertad del discípulo de Jesús. En la segunda carta a Timoteo escribe: «Por él estoy sufriendo en la cárcel, como si fuera un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada» (2 Tm 2,9).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.