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Memoria de la Madre del Señor
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Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo del histórico encuentro de Asís (1986) en el que Juan Pablo II invitó a representantes de todas las confesiones cristianas y de las grandes religiones mundiales a rezar por la paz. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 27 de octubre

Recuerdo del histórico encuentro de Asís (1986) en el que Juan Pablo II invitó a representantes de todas las confesiones cristianas y de las grandes religiones mundiales a rezar por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 8,18-25

Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve? Pero esperar lo que no vemos, es aguardar con paciencia.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol Pablo, inspirándose en la narración de la creación, recuerda que el universo entero está sometido a la "caducidad", es decir, a la necedad del pecado. "La creación, en efecto, fue sometida a la caducidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios". Es como decir que la esperanza del rescate y de la redención está escrita en lo más profundo de la vida de todo hombre, al igual que en las vísceras de la misma creación. El apóstol parece instituir una relación íntima entre el hombre, que espera la plena manifestación del hijo de Dios, y las criaturas. También estas últimas viven en la misma espera. Pablo compara esta espera de la creación con una mujer embarazada: "Sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto". Se trata de una espera larga que ya ha empezado en el momento de la caída. Junto a la creación también los creyentes "gimen" interiormente. Estos, en efecto, poseen "las primicias del Espíritu" e impulsan también la resurrección de la creación. Ante esta página del apóstol viene a la memoria la salvaje destrucción del medio ambiente, del clima y de la tierra, que parece acelerarse en nuestros días. Es urgente dar respuesta al anhelo de redención que también manifiesta a su modo la creación. En esta perspectiva podemos decir que todos esperamos que lleguen "el cielo nuevo y la tierra nueva" de los que habla el Apocalipsis. Pero el renacimiento de la creación pasa a través del renacimiento de los hombres. Solo a partir de hombres y mujeres nuevos podrá nacer un mundo nuevo. Jesús, con su muerte y resurrección, es el primogénito de la nueva creación. A nosotros, sus discípulos, él nos da su Espíritu que "viene en ayuda de nuestra flaqueza". Es el Espíritu, el que nos sugiere la oración para que el mundo se transforme según el diseño de Dios. La oración, pues, se convierte en el primer y determinante medio de transformación del corazón del creyente y de la creación. Con la oración aceleramos la llegada del reino y la instauración de una nueva tierra y de un nuevo cielo, los del amor y de la paz.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.