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Memoria de los apóstoles
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Memoria de los apóstoles

Recuerdo del apóstol Bernabé, compañero de Pablo en Antioquía y en el primer viaje apostólico. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los apóstoles
Sábado 11 de junio

Recuerdo del apóstol Bernabé, compañero de Pablo en Antioquía y en el primer viaje apostólico.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con él, viviremos con él,
si perseveramos con él, con él reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Reyes 19,19-21

Partió de allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando. Había delante de él doce yuntas y él estaba con la duodécima. Pasó Elías y le echó su manto encima. El abandonó los bueyes, corrió tras de Elías y le dijo: "Déjame ir a besar a mi padre y a mi madre y te seguiré." Le respondió: "Anda, vuélvete, pues ¿qué te he hecho?" Volvió atrás Eliseo, tomó el par de bueyes y los sacrificó, asó su carne con el yugo de los bueyes y dio a sus gentes, que comieron. Después se levantó, se fue tras de Elías y entró a su servicio.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con él, viviremos con él,
si perseveramos con él, con él reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Después de encontrarse con Dios en el Horeb, Elías empieza su viaje de vuelta. Y en seguida encuentra a Eliseo, el sucesor que el Señor había elegido, que estaba arando los campos. Los profetas no provenían de un grupo o una clase especial. Algunos, como Isaías, habían nacido en la ciudad; otros provenían de ambientes rurales, como Amós y Miqueas, y otros pertenecían a familias sacerdotales, como Jeremías y Ezequiel. Eliseo fue llamado mientras araba sus campos. Por lo general las llamadas se caracterizan por un gesto particular que manifiesta la presencia de Dios. A Isaías, por ejemplo, uno de los serafines que estaban en torno al trono de Dios le purificó los labios con una brasa (Is 6,6-7); a Jeremías Dios mismo alargó su mano y le tocó la boca mientras le comunicaba sus palabras (Jr 1,9); a Ezequiel el Señor le hizo comer un rollo que le supo a miel (Ez 3,1-3). A Eliseo, el profeta Elías "pasó a su lado y le echó su manto encima". Pasa todo de repente: no sabemos si los dos se conocen, pero en cuanto Eliseo recibe el manto, "abandonó los bueyes y echó a correr tras Elías". ¿Qué había pasado? Aquel manto no era un manto cualquiera. Eliseo comprendió que el espíritu del Señor lo había cubierto, que habían recaído sobre su espalda una herencia de la que era responsable. Comprendió que no lo había decidido él, sino que el Señor lo había elegido a él para que anunciara su Palabra. El profeta nunca habla de sí mismo ni para sí mismo: es totalmente de Dios. Pasó lo mismo a orillas del mar de Galilea, cuando Jesús empezó a llamar a los primeros discípulos. También ellos dejaron inmediatamente las redes y lo siguieron. También es cierto que Elías satisface el deseo de Eliseo de ir a despedirse de sus padres. Y no hay duda de que hay una gran diferencia respecto a lo que dice Jesús en una circunstancia similar: "Dijo a otro: '¡Sígueme!'. Pero él respondió: 'Déjame ir primero a enterrar a mi padre'. Replicó Jesús: 'Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú vete a anunciar el Reino de Dios'. Hubo otro que le dijo: 'Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa'. Replicó Jesús: 'Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios'" (Lc 9,58-62). El Evangelio tiene un aspecto de radicalidad que no se puede atenuar ni diluir. Lo que importa, ante todo, es seguir al Señor. Cuando volvió Eliseo se puso a seguir a Elías. La misión del profeta, que es propia de todo discípulo, implica escuchar y seguir. Se trata de echarse sobre las espaldas la Palabra de Dios y comunicarla.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.